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Las palabras pueden servir para comunicarnos o para distanciarnos, según el uso que hagamos de ellas. Las palabras tienen volumen: hay palabras plenas de significado y también muchas palabras huecas. Cuesta, a veces, distinguirlas y calibrar su riqueza interior. Por eso nos cuelan tantas mentiras y nos llevamos desengaños. Hay una prostitución del lenguaje como la hay de los cuerpos. La palabra preferida de los maltratadores es amor.

Pongamos por caso la palabra miserable. Tiene varias acepciones. Podemos estar hablando de alguien extremadamente pobre o de alguien extremadamente ruin, tacaño o desdichado. La demagogia, la publicidad, la incultura… son el hábitat de las palabras huecas. Grandes palabras cuando están llenas, que se convierten en un nido de mentira y manipulación cuando se usan para otros intereses, como la ambición, la codicia o el lucro.

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Democracia, justicia, igualdad, verdad… palabras degradadas sin una realidad que las respalde y les de vida. Nuestra tarea es llenar las palabras que nos importan para que respiren y crezcan. Si no hay coherencia entre el dicho y el hecho, llevaremos una existencia falsificada y estéril.

La pandemia nos ha empobrecido. Millones de miserables no tienen lo indispensable; millones de miserables solo piensan en sí mismos. En el 75 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial y 70 aniversario de la Unión Europea, debemos preguntarnos: ¿Será Europa una palabra hueca?