No hay nada más sencillo que cuestionar las decisiones del Gobierno parapetado tras la pantalla de un ordenador o frente a cualquier micrófono de radio o televisión.
Es en ese formato donde día sí y día también escuchamos a supuestos analistas capaces de disertar desde las experiencias sexuales del cangrejo de río hasta la patogénesis de los coronavirus. Esa gratuidad de la crítica no siempre fundamentada, encuentra un caldo de cultivo casi permanente en la gestión que desarrolla el ejecutivo de Pedro Sánchez para salir de la crisis sanitaria.
Apenas hay eruditos entre los opinadores profesionales, cierto, pero es que en el Gobierno, a la vista de sus volubles actuaciones, da la sensación de que tampoco los hay o que no se les hace caso.
Ejemplos: mes y medio después del estallido de la pandemia seguimos sin conocer con exactitud el número de fallecidos aunque las cifras oficiales ya alcancen los 22.000, un registro terrorífico bajo cualquier consideración. Es un misterio la causa del masivo contagio pese a que, paradójicamente, el presidente siga proclamando que actuaron con eficacia y rapidez. La distribución del material sanitario, principalmente las mascarillas, ha sido tardía, compraron test defectuosos y su adquisición no está clara. Un día dicen que se permitirá la salida a los menores de 12 años, tres días después amplían la edad a 14 pero solo para acompañar a sus padres a las compras, y apenas cuatro horas más tarde, modifican y añaden que podrán pasear junto a sus progenitores.
Como colofón implican a la Guardia Civil para minimizar los comentarios negativos a su gestión, poniendo límites a la libertad de expresión. Cuesta imaginar cuáles habrían sido ciertas reacciones si esas directrices restrictivas emanadas del Ministerio del interior hubieran salido del gobierno anterior. No es justa la crítica sin fundamento, pero este Gobierno acumula méritos sobrados para que se le cuestione a diario.