Señor presidente. O doctor Sánchez, según he oído que le llaman con recochineo. Prolongar el estado de alarma es una salvajada, no es eficaz ni eficiente. Seguro que conoce la diferencia entre ambos conceptos, le narro un ejemplo clarificador.
Conozco una comarca de pinares que se despliega en torno a la sierra de Urbión, donde, como sabrá, nace el río Duero, tan machadiano y europeo. La forestal es la principal riqueza de la veintena de municipios que se agrupan en dicha comarca. Muchas puertas de casas menorquinas están fabricadas con esa madera. La Administración, a través de los ingenieros de montes, tiene como primera obligación conservar la riqueza de ese territorio que algunos han llamado pulmón de España.
Con tal fin, hace unos 40 años se creyó que fumigar los pinares con una avioneta era una buena medida para acabar con la procesionaria. Se utilizó el «dimilin». Y efectivamente desapareció la oruga. Pero también dejaron de verse liebres, culebras, picos picapinos, arrendajos, cornejas y otras especies. El tratamiento fue eficaz, pero no fue eficiente. No se justifica la eliminación de un bicho a costa de un faunicidio.
Arrestar a la población en su domicilio constituye una medida que no ha resultado eficaz ni mucho menos eficiente. La evolución del contagio, mes y medio después de confinamiento, sigue a ritmo de cuatro o cinco mil personas diarias. El coste, ya lo sabe, presidente, el economicidio que va a causar no al Estado, un ente abstracto al fin y al cabo, sino a las personas, entes concretos y que, sin trabajo, se van a quedar en falderet, como decimos aquí. No más «dimilin», deje vivir a la liebre, al verderón serrano y al colibrí como están haciendo en Alemania, Suecia y otros países. Sabemos que habrá orugas, pero hemos aprendido cómo evitarlas.