Sufre la profesión periodística las consecuencias de una nueva crisis, en este caso la sanitaria, cuyos efectos económicos a medio y largo plazo todavía son difíciles de prever. Los más inmediatos, en cambio, saltan a la vista con los millones de trabajadores que ven peligrar sus puestos de trabajo tras abandonarlos a la fuerza apenas unos días después de que este gobierno decretara el estado de alarma.
Es curioso que quizás el ejercicio periodístico sea la única de las actividades consideradas esenciales en medio de la hecatombe sanitaria en la que su materia prima, la humana, sufre ERTE o se queda directamente en la calle, salvo que trabajes en Atresmedia o Mediaset. Por supuesto que sanitarios o fuerzas del orden son tan necesarios como irreemplazables, pero no son ni tan necesarios ni tan irreemplazables los políticos tan bien retribuidos que viven placenteramente el confinamiento en sus casas, como otros trabajadores privilegiados, sin que sus nóminas se resientan.
Al menos el presidente se ha asegurado la indulgencia informativa de los dos gigantes de la comunicación audiovisual, a quienes, por decreto, ha inyectado de un plumazo 15 millones de euros en plena pandemia. ¿Y el resto, qué?, me pregunto. Considera el Consejo de Ministros que ambos grupos –privados- son esenciales por la cobertura poblacional que brindan en estos momentos de desasosiego nacional y debe apoyarles debido a la brusca caída de la publicidad. Hay que recordar que entre las cuatro televisiones que controlan ambas corporaciones, presentaron unos beneficios de 118 y 211 millones de euros, respectivamente, en 2019.
Es imposible, por tanto, no relacionar los 15 millones de euros destinados a las dos corporaciones más influyentes del país con la búsqueda de esa dulzura informativa en los programas de Ferreras, por ejemplo, para relativizar que España sea el país del mundo con más muertos por millón de habitantes. Que el poder quiera controlar lo que dice la prensa es una práctica antigua, pero que se haga con tamaño descaro y agravio comparativo es obsceno, vergonzoso.