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Los virus que la humanidad ha padecido están enquistado en la memoria de las peores pesadillas que han azotado el mundo, por más que a la presente, ninguno tan perjudicial como la pandemia actual para la economía. Todo lo que crea riqueza y bienestar está siendo fuertemente zarandeado por algo tan diminuto como es un virus. Las mayores industrias han cerrado por lo menos temporalmente. Los autónomos y PYME tienen que hacer frente a gastos puntuales sin que les entre en caja un euro. No hay que saber mucho de economía para darse cuenta de que eso significa la quiebra. Compañías de aviación han cancelado sus viajes. No voy a repetir porque está ya más que publicado la paralización que el virus está ocasionando en toda la industria, dejando países como ausentes de lo que hasta hace unos días era su devenir vital. Ahora los que están trabajando hasta la extenuación son los profesionales de la salud, las fuerzas del orden, los que están pendientes que no falte la intendencia de boca, los docentes intentando que a sus alumnos no les falte su apoyo.

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Al final el virus pasará, pero sus efectos serán tangibles durante muchísimo tiempo. Algunos intolerantes no parecen darse cuenta del drama en que estamos sumidos y en vez de echar una mano coadyuvan con su intolerancia a la propagación de una pandemia de incalculables consecuencias.