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Cuando el gobierno pide, siguiendo el consejo de las autoridades sanitarias, que no salgamos de casa, salvo para aquellas cosas puramente necesarias, las carreteras que van de Madrid al Levante se llenaron de coches, como si fuera una más de esas evasiones anunciadas de todas las Semanas Santas. De entrada alarmando a los levantinos ante la llegada masiva de madrileños, justamente la población donde más contaminados hay por el covid-19, que insolidariamente se han tomado «esto» como unas vacaciones. Claro que, con lo que no contaban, es que al día siguiente, sábado 14, el gobierno prohibió tajantemente el ir a la playa, el cierre de bares, restaurantes, discotecas, incluso circular por la calle si no es por un motivo muy determinado, de manera, que los que se hayan ido al levante les va a dar lo mismo estar encerrados allí que estar encerrados en Madrid, poniendo en manos de la policía municipal el que estas normas se cumplan por el bien de todos.

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Me pareció surrealista ver por televisión gente agolpadas ante la entrada de un supermercado, cual energúmenos insolidarios, entrando a empujones y corriendo, como atacados por el virus de la codicia, el ansia desatada, la deleznable insolidaridad, el pecaminoso egoísmo, viendo como los estands se quedaban vacíos tras el paso de la marabunta más desatada. Otros llenaron las terracitas consumiendo aperitivos y cervezas, como si estuviéramos celebrando un día de jolgorio festivo. Mientras tanto, el personal sanitario jugándose la salud ¡qué vergüenza! Qué falta de civismo, que mal ejemplo para nuestros hijos. Menos mal que esos no fueron la mayoría.