Vamos a morir. Bueno, en realidad puede que ya hayamos muerto. El Coronavirus nos tiene contra las cuerdas, se está adueñando del mundo y, con un poco de suerte, todo va a terminar con una especie de apocalipsis zombie que dejará el planeta como un solar para que los más duros y las más duras campen a sus anchas como si de una serie o un videojuego se tratara. Y a mí, que se me da mucho mejor morir que matar, me debe quedar un telediario o dos. Fíjate tú.
La paranoia del Coronavirus se nos está yendo de las manos. La verdad es que como especie, a ratos, dejamos mucho que desear. No deja de ser sorprendente la gran cantidad de individuos que se están dejando llevar por el pánico huyendo sin saber muy bien de qué.
Entiendo que la aparición de un nuevo virus pueda acongojarnos porque todo lo nuevo asusta. Pero, puestos a temer por nuestra vida, quizás deberíamos plantearnos prioridades. El fumar, por ejemplo, que mata a muchísima más gente que un resfriado. Los que fuman se machacan los pulmones y los de sus vecinos sin que parezca que les preocupe la eficacia más eficiente de este auténtico veneno. O el alcohol, que sí, que atonta un rato, pero que en exceso también se ha llevado a unos cuantos usuarios por delante. Directos o indirectos. Tanto los que se destrozan el hígado y lo que caiga como los que cogen el coche y se espachurran contra una pared, o asesinan a alguien por el camino.
Hay que comprar mascarillas, sí, urgentemente, pero de revisar la dieta ni hablar, ¿eh? Con la cantidad de basura en formato de comida mal procesada o de dudosa calidad que ingerimos, lo mejor es preocuparnos por una gripe algo curiosa que tiene atemorizados a millones de personas.
No queremos morir, ¿a que no? Y por eso estamos más preocupados en comprar una máscara que en entender que de nada sirve para los que no se quieren contagiar. Pero oye, vosotros a lo vuestro, hasta que se ponga de moda el selfie idiota con una mascarilla, que no habrá virus –real o informático- que os pare.
Y, ¿sabes qué? En la estantería de al lado de las mascarillas están los preservativos, cuyo uso también salvaría alguna vida al año o, directamente, evitaría muchos dolores de cabeza. Quizá, entre los más jóvenes, convendría diseñar una campaña de marketing tan eficaz como esta para concienciarlos de que le pongan protección a su vida y a la de los demás.
Lo mismo que la cordura. Estoy convencido de que, si la usásemos más a menudo, el mundo iría un poco mejor. Aunque entiendo que lo fácil sea dejarse llevar por el pánico.