La psicología cognitiva nos ha enseñado que construimos el conocimiento mediante sucesivas reestructuraciones mentales. A partir de nuevas experiencias, datos, informaciones… los sencillos esquemas infantiles que nos sirven para empezar a interactuar con el entorno, sufren metamorfosis, mutaciones y se vuelven más complejos para permitirnos manejar nuestras vidas en un hábitat siempre cambiante y potencialmente peligroso.
Hay una fuerte resistencia psíquica a cambiar viejos esquemas, pues nos han servido hasta entonces de manera tranquilizadora. Por eso, encontramos a demasiada gente con ideales raquíticos, pasados, rancios. Puede que les ayuden a ir tirando de manera más segura dentro de sus limitadas rutinas, pero son claramente insuficientes cuando la cosa se pone enrevesada, las circunstancias cambian, y los acontecimientos inesperados nos desbordan y empiezan a incomodarnos. Descubrimos que todo es más amplio e inconmensurable de lo que habíamos creído.
Cuanta mayor experiencia adquirimos, mejores esquemas necesitamos. Va siendo hora de romper antiguos moldes para crecer. Habrá quien quiera hacernos vivir con su pobre y desfasada clasificación entre buenos y malos. No comprende la complejidad. Le falta información o no quiere verla. No vaya a ser que su apacible y confortable mundo se derrumbe dejándolo a la intemperie.
El mundo en su conjunto es mucho más complejo, rico y variado de lo que solemos imaginar.