Pues ya está, le he tenido que vender mi alma al diablo. Se me ha llenado la boquita durante años hablando sobre la condena que supone atarte las manos con un banco, y he destilado arrogancia a la hora de disparar mis argumentos en contra de un sistema que nos ha cogido la pasta por la cara para dársela a unas entidades bancarias cuyos dirigentes se lo fundieron todo en burdeles de lujo, mientras la tropa de pie lo pasaba peor que mal. Pues ahora tengo que pasar por el aro, la burbuja inmobiliaria ha puesto los alquileres obscenos e inalcanzables, y ante la decisión de vender la casa donde vivo de alquiler, no tengo más remedio que dejar mi corazón en la sucursal y empezar a pagar una hipoteca de la que llevaba media vida huyendo como si fuera la peste.
No se equivoquen, queridos lectores, no estoy llorando, sé que mi modesta situación se ha convertido en privilegiada porque puedo hacer frente a los gastos que conlleva un viaje que no deseaba. Y vivo en amigos y familiares situaciones económicas muy chungas, de los que pasan frío porque no pueden encender la calefacción, o tienen que tirar de la pensión de los abuelos porque es imposible poner un plato de comida en la mesa cada día con la miseria de sueldos que pagan. Así que a llorar a la «llorería», como dice mi hijo mayor.
Si me abro de esta manera no es para aburrirles con una chapa cansina sobre mis movidas, ¿cuántos de ustedes no están pagando hipoteca, o un alquiler abusivo?, sencillamente quiero que quede claro que en estos artículos los postureos sobran, que aunque Menorca sea pequeña y exista cierto recelo a ser claros porque nos da pudor, les aseguro que no podría escribir ni una palabra más si no fuera desde la verdad. Puede que mis artículos a veces sean una mierda, y otras tengan algún chispazo de ingenio, pero les aseguro que no voy de lo que no soy, simplemente compartimos experiencias en las que muchos nos podemos ver identificados.
Y cuando hablo de verdad no lo hago en términos absolutos, no soy tan idiota, hablo desde esa verdad que lleva implícita la contradicción, ¡reclamo mi derecho a contradecirme cada media hora!, porque me defino lejos de los valores absolutos que proclaman tan chulitos los nostálgicos que abogan por la censura educativa, a la que ellos llaman ridículamente pin parental. Estoy más con quien me enseñó lo que era el teatro de la crueldad, el poeta y dramaturgo Antonin Artaud: «Vivir no es otra cosa que arder en preguntas».
Y ahora vamos a lo importante, llevo años soltando aquí mis paridas y cuando se publican en la versión digital del periódico las letras aparecen rodeadas de impactos publicitarios que ayudan a facturar al periódico, me parece bien, pero dada mi nueva situación aprovecho unos cuantos de mis 3.500 caracteres para publicitarme, ya saben, vendrán bien unos eurillos extras. Así que si necesitan a alguien que les junte cuatro letras en un periódico, revista, red social, o les prepare algún discurso sobre cualquier tema, publicidad, o como maestro de ceremonias, -está mal que lo diga, pero los novios disfrutarán más que con el dj-, me escriben un mensaje al email que siempre cierra estos artículos, seguro que arreglamos un buen precio. Mi eslogan es: «¿Tienes algo que decir?, yo puedo ayudarte». Por probar que no quede.
Y cerremos con dos dudas que quiero compartir con ustedes: ¿cuándo se sabe que el queso cabrales se ha puesto malo? y ¿cuándo le vamos a exigir a Murcia que se independice? Feliz cuarto jueves del año.
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