Solo un escaso cinco por ciento del agua que pasa por las depuradoras es aprovechado. Además la canalización realizada en su día para reutilizar el agua depurada en los jardines y sanitarios de un hotel de Punta Prima recibió la correspondiente denuncia por pasar por terreno protegido. Un erial protegido.
En materia de reciclaje de residuos no vamos mucho mejor, hay toneladas de desechos enterradas en Milà, un fórmula que recuerda a esconder la broza bajo la alfombra. Lo que no se ve no existe.
En energía renovable, después de 30 años con la misma cantinela, pasa algo parecido. Poco más del dos por ciento de la que consumimos procede de los averiados molinos de Milà o de las dos muestras de parque fotovoltaico. Si se plantea uno en condiciones, con capacidad para 50 MWh, siempre aparece una fuerza opositora para paralizarlo. Todo siempre en nombre del paisaje, el patrimonio, la cultura, la arqueología. La pura filfa que nos intoxica.
La calidad del aire que respiramos bajo el área de influencia de la chimenea de la central térmica es pésima, digan lo que digan estudios y análisis. El agua que llega a la mayoría de domicilios por las redes de suministro municipal no es potable, consumimos la que compramos en garrafas de plástico.
Agua, energía, residuos son tres claves fundamentales de un territorio que es reserva de la biosfera. En un examen de gestión la nota sería muy deficiente y, sin embargo, nada como el título de la Unesco ha lucido tanto en el discurso político en los últimos 25 años.
De tanto mirarnos en el ombligo de la reserva, hemos perdido la obligación de lo que debíamos hacer por ella, la gestión de los elementos que mejoren la calidad de vida de sus habitantes. Y la culpa no es de Madrid ni de Palma.