A estas alturas no sé, queridos lectores, cuantas cenas, o comidas, llevan ya para celebrar la Navidad. Los hay que acuden a la de empresa- un tortura casi insalvable-, y a la del grupo de pilates, spinning, yoga o cualquier otra actividad deportiva, menos los runners que ya sabemos todos que se alimentan a base de jarabes de glucosa y subidones de adrenalina cada vez que su reloj inteligente le dice que han batido un nuevo récord, además, nadie aguantaría en una mesa con tantos colores fosforitos en la ropa sin sufrir un ataque de epilepsia.
LUEGO ESTÁN LAS meriendas infantiles de fin de curso, de exhibición de kárate, de espectáculo de danza, o cuantas actividades extraescolares quieran apuntar los padres a sus vástagos. Hace tiempo conocí a un niño que hacía siete actividades diferentes a la semana, a saber: natación, piano, inglés, teatro, informática, ajedrez y para rematar los viernes dos horas de vela. Para mí que ese crío vino por accidente y no saben cómo quitárselo de encima, porque además los fines de semana lo envían con los abuelos. Luego al chaval le dará por disparar a la gente por la calle como si estuviera jugando al Call of Duty, y le echaremos la culpa a la abuela que le daba demasiado azúcar.
Centrémonos, que me voy más por las esquinas que un perro con cistitis. El caso es que muchos de nosotros ya estamos inmersos en plena operación Hansel y Gretel, de engorde sin miramientos, bajo falsas promesas de que después de fiestas nos pondremos a dieta y saldremos a correr con el chándal de los Reyes del Decathlon detrás de los runners. Y aún nos queda hacer cumbre en el pico más chungo, el Everest navideño… la cena de Nochebuena. Si sobrevivimos a ella quizás acabemos el año sin tener que maldecir lo que debimos hacer y nunca hicimos, porque la perra inercia nos ganó de nuevo la partida.
Así que debemos recordar unas cuantas instrucciones para salir sanos y salvos del obligado encuentro, vamos allá: evitemos los temas tabú como el fútbol, total mi Atleti va quinto. La economía, siempre habrá alguien que suelte que le deberían dar el Ministerio de economía a una madre, porque como una madre no gestiona nadie la pasta, pues la mía, con cariño mamá, era una manirrota. Huir de la política como de la peste, siempre habrá cuñados que miren a ideologías del futuro y otros que miren a ideologías del pasado, y ya sabemos que el pasado y el futuro no se llevan nada bien y te pueden amargar el presente. Y por último contestemos siempre con frase hechas y huecas del tipo, «es como todo», «la vida es así», «de todo se aprende», no aportan una mierda, pero tampoco dan pie a discusiones acaloradas.
Y POR ÚLTIMO no debemos olvidar llevar un buen cargamento de Iboprufeno y Almax, como diría Walter White «la química es buena». Nadie cena en Nochebuena oyendo a Aretha Franklin de fondo así que los Iboprufenos irán bien para la migraña que causa los chillidos de los niños, la tele de fondo que nadie apaga, o para soportar la chapa del cuñado que va chispadito y tiene la solución para todos los problemas del mundo mundial. Y el Almax será el mejor compañero para acunar nuestros sueños, mientras abrazados a la almohada superamos el trauma pos traumático, y dibujamos una ligera sonrisa en nuestro rostro de sociópatas por haber sobrevivido un año más a los fastos de la Navidad. Por cierto, si nos vemos por ahí, tomamos unas cañas, que estos días son para celebrar ¿no? - o sé, somos pura contradicción, y yo también soy cuñado- Feliz jueves.
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