Hemos sustituido la invocación religiosa que nos invita a la oración, por otra más materialista que anima a consumir para que las empresas funcionen y los trabajadores no pierdan sus puestos de trabajo. Se nos van intercalando eventos extranjeros como el Black Friday, Halloween, Ciber Monday o el Día del Soltero de China, otra superpotencia que quiere expandir sus tentáculos comerciales y cuyo sistema político no tiene parangón con el nuestro. Empieza la campaña navideña y las calles se visten de luces y guirnaldas para ambientar y recordarnos tan entrañables fechas.
En otros tiempos de penurias, las celebraciones eran pocas y autóctonas. Ahora, todo es global e intercambiable. Mientras se degrada el Amazonas, triunfa Amazon como tienda sin dependientes ni colas, ni el ocasional encuentro con los vecinos haciendo la compra. La cohesión social se va haciendo trizas, al tiempo que aumentan los amigos invisibles y todo tipo de particularismos. El último mes del año invita a hacer balance. Ya han pasado 20 años desde el llamado ‘efecto 2000'.
Ojalá el 2020 sea mejor pero, de momento, el panorama es desolador e incierto. Muchas personas lo pasan mal. La democracia está amenazada por populismos y nacionalismos. El Congreso de los Diputados recuerda el camarote de los Hermanos Marx, con gente antisistema y variopinta que no creen en las leyes y preparan una nueva rebelión. No quiero ser agorero, pero tenemos encima el ‘efecto 2020'.