El extraterrestre más entrañable de la televisión se reencuentra 37 años después con Elliot, gracias a un anuncio. Guarda, y respeta muy bien la estética de la película «E.T.» (1982) del cineasta Steven Spielberg.
¿Cuántas veces habré visto este film? Me acuerdo que en mi época la echaban por televisión a finales del mes de diciembre, en las vacaciones de los niños. Siempre la veía los días de Navidades con mis primos en Madrid. En un rincón del sofá -éramos cuatro por aquel entonces-, estaba atrincherada con almohadones por encima de mi nariz, enjugándome las lágrimas. Es una de mis tres películas preferidas. Está me marcó profundamente. Su estética, su colorido cálido, ocres, misterioso, acogedor y familiar. Con el tiempo he crecido como Elliot pero el sentimiento que tengo sigue siendo el mismo, es curioso. Siempre tengo ganas de verla, hace que viaje a buenos sentimientos del pasado. Y ahora que tengo a mis hijos me identifico aún más.
Esa madre que atiende a sus hijos con los amigos comiendo pizzas en la cocina, que está por ellos pero a la vez por su trabajo. Hasta cuando enferma Elliot, ella está presente. Pero sobre todo cuando le hacen cómplice sus hijos -que son tres: dos chicos, y una niña-, de un súper secreto, y conoce así a E.T. La madre entra por completo en su historia, en su imaginación, sea una metáfora o no E.T., el extraterrestre. Una madre que se desvive hasta el último casi-aliento de su hijo.
Me acuerdo, ya de adolescente que circulaba una teoría sobre E.T., y era la semejanza a la vida de Jesucristo, ya que su director era judío. Se decía que E.T. era un ser que no era de este mundo, sino llegado del cielo. Esta criatura capaz de hacer milagros, tiene un gran corazón, con excelentes valores que enseña a Elliot. Pero el extraterrestre no tarda en ser perseguido por las autoridades del lugar, enviadas por los altos cargos, tal y como Herodes y Pilatos hicieron en su tiempo. Esto desemboca en la ‘muerte' del personaje, momento que conmueve y que precede a la resurrección del mismo, tal y como narra la Biblia que ocurrió con Jesús. Tras despedirse de Elliot y los demás, E.T. regresa a su lugar, como Cristo volvió con su padre al cielo después de visitar a los apóstoles. El dato en si es cuanto menos curioso, independientemente de si estamos de acuerdo o no con dichas teorías.
Pero me quedo sin dudarlo con la madre y la complicidad con sus hijos. Me quedo con la imaginación de los chavales de salvar a E.T. y volar todos con las bicicletas saludando a una luna llena pletórica. En esa época, soy de finales de los 70 principios de los 80, íbamos con bicis las niñas y niños, nos sentíamos muy identificados. ¡Era nuestro primer vehículo a la independencia! Me quedo con esa amistad inquebrantable y amorosa de E.T. y Elliot. En una edad temprana donde una almohada puede ser tu mejor amigo, en fin ‘la imaginación' y ‘la inocencia' es tan brutalmente bella.