Hace unos días ayudando a mi hija a ducharse llegó la hora de ponerse el pijama. Y veo que arremanga la parte ancha del cuerpo de la parte de arriba del pijama hasta llegar al orificio por donde pasa la cabeza y se lo pone. Perpleja le digo: ¿quién te ha enseñado eso? Ya pregunto porque siempre que vienen del colegio traen algo nuevo, como la forma de ponerse el abrigo. Entonces ella me suelta, muy resuelta: ¡tú!. «¿Cómo que yo?», le contesto. Y en cuestión de segundos rebusco en mi disco duro, y le vuelvo a decir ¿yo, estás segura?. Y me dice «¡mamá, te he visto hacerlo muchas veces! Ya soy mayor.»
‘Mayor', patada a mi corazón, con 5 años. Se va escapando de mi regazo. Pero que orgullo saber que soy su ejemplo y qué responsabilidad a la vez. Porque como alguna vez le digo «no soy una super heroína. Tengo mis sombras y mis luces», y entre mí mascullo «espero que se quede con lo bueno».
Los niños sin apenas vocabulario, ni frases perfectamente hechas guardan el silencio intelectual, la mirada al acecho, la velocidad neuronal para captar todo lo que sus referentes hacen. Solo el ‘don', ‘el duende', les hará ser diferentes a su madre o padre.
A mí me pasaba con mi madre, pero ya de adolescente, me daba lecciones en silencio que yo interpretaba. A veces no se necesita estar siempre orando, sino practicando.
Lo que más me ha impactado de mi hija, y por ello escribo desde el asombro, es las veces que me ha observado hasta lanzarse por si mima y poder hacerlo.
¿Cuántas cosas lectora, lector copió de su madre o padre y, ahora hace? Estamos hablando de las buenas, de las de emular. Las otras si es que se fijó, es momento de desaprender para aprender otras. Pero insisto en las buenas. Reflexione. Seguro que esbozará una sonrisa pensándolo.
En esto del aprendizaje en silencio, esta mañana me han sorprendido al hacer nuestra cama de matrimonio, una idea de la ‘mayor'. Como habíamos dormido en plan comuna, se han levantado con la responsabilidad innata de hacer la cama. Otra de las cosas que tampoco les he enseñado. Evidente que no estaba perfecta, pero estaba la intención. Como persona perfeccionista la hubiera deshecho para que se orearan las sábanas, abriendo las ventanas. Y después estirar bien bajera, edredón y cojines. Pero no. Considero que si lo deshago estando ellos fuera al venir a casa después del colegio, y verla de otra forma su voluntad, su iniciativa hubiera empequeñecido. Se hubieran sentido fracasados. Y evidente, jamás lo hubiera hecho delante de ellos. Lo que sí, es otro día decirles, «mirar a mamá le gusta así la cama», y hacerles una demostración.