Les tengo que confesar sin ambages, queridos lectores, que ya he votado, lo he hecho en la oficina de Correos de mi pueblo. El trámite fue fácil, la decisión de hacerlo no tanto. ¿Has votado con ilusión? Por supuesto que no, me ha costado porque, pasada la línea del medio siglo de vida, ya no soy tan ingenuo, es más, creo que con auténtica ilusión solo voté cuando mi pelo no pintaba canas y escuchaba la música en cintas TDK que algún amigo amablemente me grababa de sus vinilos originales. No me atrevo ni a echar cuentas.
Mi profesor de Filosofía en Bachiller, Serafín, me dijo que desde el momento en que el partido que vestía con chaquetas de pana, cantaba la Internacional y con el puño en alto gritaba aquello de: «OTAN de entrada no», nos metió en la OTAN de cabeza y con patada en el culo, montando un referéndum en el que usaron todas las herramientas de la manipulación para ganar, la Democracia inoculó un virus tan potente que no ha hecho más que debilitarla año tras año, y ya es más que cuarentona. Se levanta cada mañana con un nuevo achaque, con una nueva limitación, con la tensión disparada y los meniscos más jodidos, como siga deteriorándose a este ritmo, dentro de muy poco ya no se aguantará en pie, y después lloraremos a la difunta a la que no íbamos a ver porque nuestra agenda estaba tan llena de gilipolleces que no teníamos tiempo de nada.
Y se pueden preguntar: vaya tela, si tan negro lo ves, ¿por qué carajo fuiste a votar? Exactamente no lo sé, la verdad, podía montarme ahora toda un argumentación, más o menos elaborada, buscando en Wilkipedia la cita de alguno de los filósofos a los que estudié, a los que tanto años di la espalda y a los que ahora regreso, con las orejas gachas, pidiendo perdón y buscando el consuelo que no me da Netflix, pero no sería más que postureo muy faltón para los lectores. Tranquilos, no nos vamos a flipar ahora, después de tantos años juntos, aparentando lo que no somos, ese tema se lo dejamos a otros más necesitados de ego.
Creo que decidí ir a votar, además de por inercia, supongo, porque vi el vídeo de un señor muy enfadado, muy colérico, irritado nivel «va a petarle el corazón», que ante las cámaras de televisión gritaba sin coger aire: «Franco, Franco, Franco». El individuo debe tener mi edad más o menos, pero en lugar de ser de este siglo parece sacado de los tiempos del genocida de voz aflautada, de cuando la población no estaba alfabetizada y los niños hacían formación militar, mientras las niñas recibían clases de costura. Al ver semejante espécimen pensé: «Hostia, este señor va a votar sí o sí». Y sin tener los poderes adivinatorios de la bruja Lola, creo que todos sabemos la papeleta que cogerá. Así que, aun sabiendo para lo poquito, o nada, que sirve, si este tipo que odia la Democracia va a ir, no me dejaba otra que acudir también.
Sé que es una porquería de argumento, infantil y nada razonado, porque puede que mi papeleta no compense una mierda, sino que se pierda en las alcantarillas del complejo sistema de representación delegada que tenemos para que siempre ganen los mismo, o sencillamente que ante el milagro, nunca pasa, de que mi papeleta llegara a buen puerto, estoy seguro de que los que van en ella se pudrirán de poder en cero coma segundos como hicieron los de las chaquetas de pana. Ya lo cantó el maestro Krahe: «Hombre blanco hablar con lengua de serpiente, Cuervo ingenuo no fumar la pipa de la paz con tú ¡Por Manitú!». Deberíamos escuchar a los sabios. Feliz jueves.
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