Te comes un Kaiku de Aloe Vera pensando que es el bálsamo de fierabrás que lo cura todo y resulta que estás ingiriendo azúcar por un tubo, alrededor del 14 por ciento, eso son unos cuantos terrones. Pues así va la cosa, queridos lectores, desde el mismo momento en que normalizamos que unas grandes compañías como Coca Cola, Pepsi o Nestlé podían privatizar un montón de manantiales para embotellar el agua y vendérnosla como si fuera oro, se constató que la especie humana está llamada a extinguirse sin mucha dilación. De hecho cada día acabamos con más de 200 especies del planeta, somos así, nos molan las pelis de «Mad Max» y disfrutamos con los mundos apocalípticos, nos va la marcha loca y destructiva.
El fin de semana pasado ganamos una hora porque se retrasó el reloj, una hora extra que bien empleada da para mucho, y cuanto más poder tienes da para más. En una hora da tiempo de sobra para apretar el botón rojo y hacer que lluevan bombas nucleares como si fuera la mascletá mas tocha que nos podamos imaginar, o da tiempo a practicarle la reanimación cardio pulmonar a una persona y salvarle la vida, mira tú si cunde. Pues ni con estas, los que están al mando de la nave chiflada, se pasan todo el santo día procrastinando -mola este verbo- es decir, posponiendo lo importante mientras pierden el tiempo en lo superfluo, porque para ellos es mucho más cómodo, divertido y sobre todo lucrativo.
Y aquí estamos, desde la comodidad de nuestra Menorca (recuerden que el posesivo es usado en esta ocasión para expresar cariño y respeto, no propiedad con escrituras que eso está quedando, sospechosamente, en muy poquitas manos) sentados frente a un ordenador y aporreando teclas con la ilusión de que sirvan para algo, demasiado pretencioso ¿verdad? Y les confieso que me viene a la cabeza la imagen de un millenial de barba arreglada que se sienta en su loft, del barrio más cultureta, para solucionar los problemas del mundo desde su MacBook, lanzando propuestas para que el personal firme peticiones en charge.org, o dé likes a una nueva idea de negocio colaborativo que se le he ha ocurrido.
Pero el caso es que ya no tengo edad para ser millennial, más bien siglenial, no vivo en un loft, uso Android que es más barato, me afeito porque mi barba es dura y canosa, no he creado un negocio en mi vida porque la cabeza no me da para tanto, y mi activismo en las redes sociales es casi nulo, porque pienso que ponerte un perfil con lacito el día que te lo mandan no sirve para un carajo. Más o menos lo mismo que felicitar el cumpleaños a alguien en quien no piensas nunca, pero con el que compartes grupo de Whatssap, y claro, si alguien pone el emoticono de la tarta y el de la bailaora de sevillanas, no vas a quedar tú como el sociópata de mierda, que igual por otra parte eres, y mandas una carita amarilla con un corazoncito en la boca, que pretende decir: «un besito y felicidades», pero que en el fondo dice: «no me echéis del grupo, que la soledad es muy mala y las cervezas se hicieron para compartirlas».
Dándole vueltas a estos sinsentidos se me ocurre que la raíz del asunto reside en que Dios no usa bata blanca, vamos, que les tiene más manía a los científicos que al propio Judas que lo vendió por unas moneditas de nada. Porque cada vez que la ciencia da un paso para adelante, las religiosas culean dos para atrás, y eso les acojona. De ahí viene tanta bandera y tanta testosterona, del miedo a que la razón les quite la poltrona. O qué sé yo. Feliz jueves.
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