Querido Juan.
Imagino la ilusión con la que afrontas la nueva cita electoral. Los amados capulletes han logrado completar con éxito la maniobra que proporcionará una prórroga a su modus vivendi, básicamente consistente en doctorarse en charlatanería barata a cambio de una pasta gansa, amen de los medios que les posibilitan situarse en un ecosistema en el que gozar rodeados de aduladores, cámaras de televisión y racimos de micrófonos deseosos de escuchar de sus labios los mantras de la señorita Pepis con que amenizan nuestras vidas. Sí, querido Juan; tú que pagas esta verbena estarás pletórico. Te entiendo. Yo también abono con mi cuota este ambiente tan nutritivo para ególatras y megalómanos de pacotilla, henchidos de injustificada autoestima.
Este grupo de tarugos incompetentes van a pedirte, Juan, tu voto de nuevo, a ti, que pagaste ya la primera ronda, la segunda, y pagarás, no lo dudes, el café, la copa y el puro. Te preguntarás de dónde sacan el cuajo necesario para prometerte de nuevo que harán lo que no hicieron cuando hace apenas unas semanas podían. Se harán los locos, Juan, como si nada hubiera pasado. Pero tú sabes, entre otras cosas porque sigues pagando las facturas que ellos generan, que ha pasado algo bastante chungo: te han tomado el pelo, y programan seguir tomándotelo. Sabes Juan que todos estos personajes que intentan venderte la misma moto gripada que ya pagaste, hubieran sido fulminantemente despedidos de cualquier empresa después de demostrar tan canónicamente su incompetencia para desempeñar el mandato que se les impuso. Pero Juan, tú que eres copropietario de la empresa donde trabajan (donde medran sería quizás más descriptivo) estos charlatanes, no puedes despedirlos; en nuestra Constitución no existe por desgracia el derecho a votar en contra, a votar para que sea destituido de su cargo aquel que lo ha desempeñado con ostensible desacierto, aquel que se ha dedicado a mirarse el ombligo, dando prioridad a sus ambiciones personales, olvidando por completo para quién trabaja, haciendo incluso el ridículo, como Rivera (de quien ingenuamente llegué a pensar tiempo ha que era un tipo razonable que venía a limpiar el retrete), quien superando las hazañas de Artur Más y de Cameron, ha procurado forzar innecesariamente unas elecciones para perderlas a continuación con sobrada contundencia para regocijo de aquel a quien soñó sorpasar; o practicando el tancredismo, como el insignificante personajillo que interpreta Casado, quien imitando en esto a su antecesor, ha estado agazapado esperando un milagro que finalmente le ha servido en bandeja su gran enemigo, el rey de la veleta.
Ya ves Juan; a pesar del papelón que han perpetrado estos dos tipos, seguirán prometiéndote chocolatinas, como a los niños.
Qué pena Juan; si, qué pena, porque ahora verás como los de rojo, que ahora son tres (más bocas que alimentar, Juan) se harán la picha un lío tratando de explicar lo inexplicable. Te dirán (como los azulados) que todo lo hacen por ti, Juan, por ti, que sabes positivamente que les importas a todos ellos un bledo excepto en lo referente a que te desplaces al colegio electoral y deposites dócilmente la papeleta que lleva impreso su logo.
Se sincero Juan, ¿no estás un poco harto? Yo sí, amigo, porque a estos tipos ni se les pasa por la cabeza que si no han sabido hacer su trabajo (y nada garantiza que ahora lo harán mejor) y descubren por las encuestas que han de cambiar el rumbo (tengo estos principios, pero si no obtienen los votos deseados, tengo otros...) deberían dejar sus puestos para que otros realizaran el trabajo encomendado por los votantes. Ni de coña se les pasa por la cabeza.
Qué te apuestas Juan a que apenas salgan los resultados de las urnas, empiezan a decir digo donde dijeron Diego, y retoman de nuevo sus rituales avícolas de desplegar plumaje.
Y no te creas Juan; yo (quizás tu también) reconozco con pena y asumo mi incapacidad de solucionar los problemas que tenemos como país (¡o como especie, que manda huevos!). Precisamente por eso no me presento a las elecciones.
Ellos sí, Juan. Y las suelen ganar.