Este capítulo sobre el dispositivo más trascendente del mecanismo humano, la voluntad, carecerá sin duda de la prestancia metafísica que contienen los postulados de Schopenhauer. De todos modos este vehemente pensador germano se ocupó de una voluntad universalista, ubicada en los recovecos de las entrañas, inexpresable en cualquier conversación, por ser en extremo oscura, y la que yo me dispongo a exponer viene a ser su epidermis y tiene incluso cabida en la tertulia del bar.
La voluntad por la vida, según Schopenhauer, se nos da activada cuando inhalamos la primera bocanada de aire, para que afrontemos con entereza las penalidades que se nos vienen encima en este mundo y no nos quitemos de en medio a las primeras o a las segundas de cambio,… sí, sí, por estos tétricos meandros anda el pensador germano,… y la voluntad que yo expongo la activamos nosotros mismos cuando anhelamos, deseamos o precisamos algo, inaccesible por nuestras carencias o nuestras limitaciones. Elemental como el abecedario, ¿no? O sea nos robustecemos en aras de alcanzar un objetivo. Sin la voluntad, sin una actitud tenaz, perseverante, nos quedamos con la miel en los labios, no conseguimos nuestros propósitos, devenimos seres menores, según la escala terrenal,.. y según nosotros mismos..
Activamos este potenciador que es la voluntad ante necesidades y aprietos puntuales de un fluctuante estado. Piense usted que el ser humano cambia de continuo, tanto él como sus circunstancias, debiendo trastocarse por consiguiente a menudo los hábitos adquiridos por ser ya obsoletos en la etapa siguiente. La voluntad nos permite, reciclarnos, actualizarnos. No nos desplazamos ya entonces, sin embargo, por un terreno liso o en bajada, sino que iniciamos una escalada. Será necesario pues fortalecer los músculos y destilar sudores hasta alcanzar la cima, de lo contrario permaneceremos siempre a medio camino.
Son varias y distintas las emergencias que propenden a internarnos cuesta arriba. En las labores profesionales, sociales, deportivas etc., no suele resultar la ascensión en extremo dificultosa por los consiguientes honores y beneficios que reporta. La mente se refuerza, los dientes se apiñan y de ordinario se alcanza la cúspide si su nivel no sobrepasa nuestras posibilidades. El reto además de proporcionar una mejora será en muchos casos incluso atractivo. Trofeos, honores, dinero…
Esto no sucederá sin embargo cuando debamos trastocar los hábitos corporales. Abandonar el tabaco, rebajar los suministros alimenticios, racionar la bebida, etc., es como si un ventarrón nos impidiera el avance. Solo en procesos graves y por orden médica conseguimos llegar raudos arriba, pero de ordinario la subida es lenta y extremadamente ingrata.
Subsanar taras espirituales es todavía más complicado. A pesar del propio deseo por abrillantar el carácter, lijar los caprichos, humanizar el trato, etc., la pendiente resulta excesivamente empinada. De palparse las mejoras como acontece en los retos corporales, o las remuneraciones y los diplomas en los sociales, se allanaría el recorrido, pero todo es etéreo, filosófico, y decaemos fácilmente en nuestras intenciones alpinistas y en vez de acercarnos a la cumbre, nos distanciamos todavía más.
La voluntad schopenhauriana pertenece a las bases divinas de nuestra construcción, esta, mentada por mí, la epidérmica, es un botón en nuestro mecanismo, un botón prestidigitador, un botón que no viene activado por quien nos haya confeccionado, sino que está ahí, por si acaso, para que lo activemos nosotros mismos… en caso de necesidad.
Su activación es capaz de convertir lo imposible en posible, capaz de convertir lo mortal en inmortal.
La voluntad es el camino que conduce a la libertad.
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