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El hundimiento tortuoso de Thomas Cook y las pérdidas millonarias que va a provocar en la economía nacional, primer destino de sus operaciones, con especial incidencia en la balear -en Menorca están estimadas en 40 millones de euros- aparece como problema colosal para hoteleros y oferta complementaria a corto y medio plazo que revela la fragilidad de la que es primera industria del país frente a los vaivenes del sector.

El que fuera impulsor de los viajes organizados hace 150 años, segundo touroperador más importante de Europa, ha sido la víctima de una gestión deficiente. Por increíble que parezca, su legión de ejecutivos han protagonizado una pésima adaptación a las nuevas tecnologías y al cambio en las costumbres de los consumidores en un sector que siempre evoluciona por su extrema competencia.

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El sistema que persigue la gente en la compra de sus vacaciones pasa por internet y el abaratamiento de los costes de los intermediarios. Se trata de ponerse frente al ordenador y armarse de paciencia para encontrar vuelos y alojamientos a mejor precio, adaptado a las propias necesidades y no sometido a la rigidez de un paquete vacacional con todo organizado e incluido. El gigante británico no ha sabido captar a los clientes de las nuevas generaciones para mantener su otrora exitosa estrategia, también herida por las low cost y el manido brexit con la depreciación de la libra.

El reparto obligado del mercado turístico con las nuevas ofertas de alojamiento en hogares privados supone una transformación drástica en relación a lo que habíamos tenido como referencia hasta hace un par de años y una losa a la que se enfrentan las patronales del sector.

A los gobiernos les corresponde hallar soluciones, pero el sector tiene una prueba del extremo riesgo al que se enfrenta en la nueva realidad competitiva.