No hay Gobierno ni se le espera ya hasta fin de año, previo un desganado paso por las urnas. Por los indicadores económicos emergen brotes de preocupación y cunde la sensación de vacío mientras gobierna aún la sombra presupuestaria de Rajoy.
Dicen las encuestas que Sánchez volvería a ser el más votado en noviembre. También subiría el PP, más que nada porque cuando has tocado suelo lo normal es que rebotes un poquito. Los peor parados serán los que llegaron para cambiarlo todo, Podemos y Ciudadanos, y hoy están tan aburguesados como sus matrices.
Es decir, volvemos al dichoso bipartidismo del que un día renegamos y que gobernaba con nacionalistas de todos los colores. Los nuevos comercios del voto empiezan a vaciarse una vez consumida la novedad.
En este contexto, la única decisión acertada de Sánchez ha sido decir no a la presencia de Pablo Iglesias en el gobierno porque, como dicen los barones socialistas, no es de fiar. Antes muerto que sencillo.
Y para parecer que no está parado se reúne con sindicatos, asociaciones pintorescas, progresistas de pedigrí, oenegés, feministas de moda y colectivos que se representan a sí mismos para obtener orientación en su camino. Pedalea en la bicicleta estática, como escribía hace poco Luis Haranburu, para que se le vea activo simulando que negocia apoyos para la investidura en caso de que hubiere un segundo intento.
Pero la bicicleta estática no le lleva a ningún sitio ni le saca de sus pensamientos. Hasta la gente fiel y sumisa de su partido le está diciendo que hace falta un gobierno que tome decisiones, que falta dinero para que determinados servicios funcionen y la actividad siga en marcha. Y además pone en riesgo los 330 cargos que ha colocado en diez meses. Razón de peso.