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En el cónclave de Viterbo (1268-71), para elegir al nuevo pontífice, los cardenales no se ponían de acuerdo, por eso se les fue sancionando con la reducción de sus prerrogativas hasta que por fin se avinieron a la fumata blanca que sustituía a Clemente IV por Gregorio X. Quizá nuestros políticos estén necesitando del mismo sistema, la reducción de sus amplias prerrogativas que les permiten una vida más agradable que a la mayoría de la ciudadanía que dicen representar y que a la sazón es quien les financia y quien solicita el encargo de que gobiernen el país. No comprendo cómo no se dan por enterados, que lo que hacen no es lo que les han pedido los votantes en las urnas. Tampoco se me alcanza que se presenten a unas elecciones movidos por el loable motivo de servir a la ciudadanía, eso es, por lo menos, lo que ellos dice, para luego terminar haciendo lo que les interesa a ellos. Eso de servir al ciudadano se queda lo más de las veces aparcado, para volverlo a sacar en la próxima campaña electoral cuando van, por ejemplo, a la cocina de un restaurante, se disfrazan de cocineros y si se tercia, son capaces delante de las cámaras de freír un huevo. Luego a la salida le dan un beso a un niño negrito o le dan la mano a un menesteroso que los escoltas no han podido evitar. Y siguen sin superar la disciplina del pacto.

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Hace años ya vaticinaba que de seguir por el camino que llevaban, más pronto que tarde se iban a encontrar con la fragmentación que ahora tienen, que les ha enrocado en su particular cónclave de Viterbo, del que como no saben cómo salir, tendrá la ciudadanía que proponer una disciplina para poder seguir adelante.