Pocas veces como esta han sido tan claros los resultados. Donde no ha habido mayoría absoluta han quedado perfectamente definidos los matrimonios de gobierno, sobran terceros para completar el elenco. Pero la política nos han acostumbrado a hacer difícil lo fácil, hay que poner todo tipo de reparos a la pareja para advertir quién manda en la relación.
No sorprende, por tanto, que Més, que hace cuatro años, aprovechando el momento más débil por el que ha atravesado nunca el PSOE, le sacó dos años de presidencia del Consell, a pesar de haber obtenido 1.400 votos menos. Hubo de ser la personalidad terca de un conseller la que impidiera que no le birlara todo el mandato.
El poder crea adicción y disponer de la vara de mando constituye una experiencia que excita y que anima a repetirla cuando se huele esa posibilidad. Ahora la diferencia son 3.500 votos y un escaño más, el equilibrio se ha roto sin paliativos en favor de los socilistas, pero parece que han de escenografiarse las diferencias, máximo cuando el resultado de las urnas les han inmunizado contra los errores, omisiones e inacción en cuestiones clave de la vida menorquina.
Ya sabemos cómo acabará la historia, cualquier acuerdo antes de permitir que gobierne la lista más votada, que es el enemigo común. Més se hace valer como ha hecho siempre y Mora será la preseidenta porque así lo dicen las reglas no escritas de esos acuerdos, pero mandará Més. Como siempre, como ha ocurrido en dos tercios de la trayectoria de la institución. Pero para hacerlo interesante ha de haber una entretenida batalla de alcoba, como siempre también.
Donde se evita esta fase, que a veces ha acabado con la vajilla destrozada, es en Es Migjorn Gran. Pere Moll, como El Cid, ha ganado la batalla después de desaparecido dándole una victoria moral, que no es poco.