Todo está muy loco, muy pasado de vueltas, muy acelerado. Hay demasiada prisa y sin embargo no hay una meta. Como sigamos así, queridos lectores, nos vamos a asfixiar en la nadería, mientras pensamos que estamos cambiando el mundo. En esa locura de postureo sin límite nos pondremos perfiles muy chulos en whatssap del tipo: «la revolución será feminista o no será» para que se vea muy clarito que mañana, 8 de marzo, nadie nos gana a feministas, vanguardistas y modernos del siglo XXI.
Igual la huelga no la hacemos, porque ya sabemos que las huelgas no sirven para nada, hace falta que la rueda de la economía siga girando sin parar para alimentar al Kraken capitalista. Igual ni vamos a la manifestación, porque nos pilla muy mal entre el pádel y las compras, pero las frases chulas en Facebook que no falten. Somos así, arriesgados, atrevidos, auténticos activistas revolucionarios. Y que bien nos queda está camiseta de Zara donde pone «proud of me».
Y si no nos basta con poner el perfil morado en las redes sociales porque aún se mueve algo dentro de nuestras cabecitas, nos metemos medio ansiolítico que siempre va bien para ver el mundo de otro color. Cuidado con pasarse con la dosis que acabaremos como los loros yonkis de la India. Al parecer en la India cultivan opio de forma legal, para hacer entre otras cosas morfina. Hay unos loros, como la cotorra de Kramer, que invaden las plantaciones para destrozar las cápsulas de semillas y comérselas. Los loros están tan enganchados que de nada sirve que los agricultores pongan música a todo volumen para asustarlos. Se drogan hasta al pico y caen redondos al suelo, y después empiezan de nuevo, que no decaiga la fiesta.
Los que parecen ir también drogados hasta las cejas, son los que colocan en un autobús la cara de Hitler al lado del eslogan: «no es violencia de género, es violencia domestica». Estos sujetos son los que quieren regresar a un mundo de mujeres sumisas en la cocina, y hombres rudos de puro y coñac. Son los marichulos, señoros y machos alfa que ven peligrar lo que ellos entienden como masculinidad, y se revelan de la forma más patética posible. El hombre blanco se acojona cuando ve su reinado peligrar. Miren al señor Trump, como se hizo un gobierno de hombres blancos y ricos, no sea que las mujeres, o los negros, o los hispanos, o cualquiera que sea diferente a esa elite de mofletudos rosados con cartera llena de billetones, les muevan la silla.
Estamos en modo androcéntrico todavía, por más que algunos se apunten al carro de la modernidad acuñando terminología tan idiota como «feminismo liberal». Ese concepto te explota en la cabeza, ¿cómo se pueden pretender la igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres, y al mismo tiempo sustentar ideológicamente que las mujeres pobres sean incubadoras-granja para las personas ricas? Es como un quiero y no puedo, «no me quiero descolgar de esta ola, porque el 8 de marzo del año pasado quedé como el culo, pero que no me confundan con las rojas que no se depilan y piden combatir la desigualdad». ¡Que seremos feministas puñetas!, pero pertenecemos a la clase alta. Y a la que no me mole le pongo la etiqueta de «feminazi» y a correr, que tengo la cara más dura que el hormigón armado.
Bueno, les dejo que tengo que ir a cambiar mis perfiles en las redes. No soy más que un articulista aburguesado, esa es la verdad, aunque cada vez más harto de la permisividad con los violentos, y de la violencia que se ejerce contra los débiles. Feliz jueves.
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