Tenemos un problema. Y a Huston no podremos acudir porque este asunto les resbala: seguimos estando parasitados. Parte de nuestros impuestos sirven para alimentar a una nutrida camarilla algo entreverada por vividores, incompetentes o mentirosos (cuando no mentirosos e incompetentes vividores) que exportan piruetas improductivas y cada vez menos divertidas desde sus despachos y escaños hacia los medios de comunicación con el único fin de justificar sus penosos cambios de rumbo, de chaqueta, de aliados, de valores y de lo que haga falta con tal de seguir apareciendo en lugar privilegiado de la foto.
Preguntas:
Mentir rutinariamente y de la manera más zafia; elaborar de forma tan minimalista y descuidada un puñado de falacias que se les transparenta la certeza con que toman por idiotas a quienes les pagan sus sabrosos sueldos (nosotros, por si a alguien se le ha olvidado), ¿tiene consecuencias?
Incumplir la palabra dada a sus votantes/mecenas, ¿tiene consecuencias?
Respuesta: parece ser que rara vez.
Desde los pirados que añoran los tiempos en que se retenía a la mujer en la cocina, a los homosexuales en el calabozo y a todos en misa, hasta los que teniendo pretendidamente un alma misionera y antisistema (pero que se apuntan con cierta soltura al american way of life si las circunstancias lo permiten), pasando por los que, cargados de delirios de grandeza, publican prematuramente su hagiografía, los que cambian de postura con más facilidad que el electrón, los que se creen que por ser más jóvenes que sus mentores no apestan igual (o más) a naftalina; los ayatolás del nuevo pueblo elegido, prosélitos de una religión monoteísta que predica mandatos populares que justifican el incumplimiento de las leyes de los mortales (aunque se sospecha que no verían con tan buenos ojos que una escisión propia -pongamos que hablo de Tabarnia- ejerciera su democrático derecho a la autodeterminación y se declarase ‘indepe' de los ‘indepes'); entre todos ellos -en fin- no son capaces de hacer apenas algo concreto que mejore nuestra realidad, que se anticipe y nos coloque en mejor situación ante futuros problemas que vemos avecinarse, siendo así que les pagamos específicamente para eso, para que se coordinen en orden a realizar los proyectos que mayoritariamente considera buenos la ciudadanía.
En cambio eligen una y otra vez la pose, la palabrería hueca, la búsqueda de la paja en ojo ajeno, la calumnia, el regateo corto, la bronca de patio de colegio, el juego del escondite. ¡Qué nivelazo!
Esta es, según mi criterio, la penosa situación en que nos encontramos.
¿Ideas para desatar este intrincado nudo?
Yo tengo una.
A día de hoy la ideología de los partidos es tan líquida (cuando no tan gaseosa) porque se construye mirando de reojo (cuando no de frente) a las encuestas electorales, que por cierto no dan pie con bola. Son los partidos los que buscan rellenar el hueco, y como ocurre al líquido, adoptan la forma del recipiente.
Propongo pues cambiar de paradigma.
Que los partidos presenten un número (delimitado e igual para todos) de propuestas a entregar en sobre cerrado ante notario a fecha fija. Al día siguiente (y quedando abolida bajo pena de prisión la puñetera campaña electoral) se presentarán al conocimiento público los sobres. Estas propuestas serían vinculantes durante su trabajo en la legislatura (multas jugosas para quienes traicionen este principio).
Dado que -como en la teoría de los conjuntos- habrá varios elementos (propuestas o proyectos) que aparezcan en varios de los sobres, otros muchos que coincidan en tres o cuatro de ellos y bastantes que pertenezcan solo a uno o dos conjuntos, un estudio -que delegaremos en algún algoritmo creado ad hoc por nuestro capital humano especializado- será el encargado de construir las alianzas necesarias para que la coalición resultante se ocupe de implementar las acciones más respaldadas por los votos.
De paso, y matando dos pájaros de un tiro, sustituimos a los diputados y senadores por robots, que aparte de no dar la vara, no jugar al candy y ser ostensiblemente más baratos, no yerran al pulsar el botón del voto.