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La concentración de banderas y pancartas el domingo en Madrid tuvo como colofón la lectura de un manifiesto por tres periodistas. La cita no era casual, dos días antes del comienzo del «proceso al procés» y algunos después del sainete del relator. El mensaje solo podía reivindicar la unidad y elecciones inmediatas a un presidente del Gobierno de fuerzas capitidismiuidas y una moral de resistencia con síntomas de aluminosis.

En el contexto político actual lo entiendo todo menos el papel de los periodistas lectores del panfleto que les pusieron en las manos y que, además, contenía errores -intencionados, supongo- porque el Gobierno, que se sepa, no ha aceptado las 21 exigencias del ejecutivo catalán puestas en la mesa.

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Si la función del periodista no está clara hoy para muchos espectadores o lectores, meterse en estos fregados aún crea más confusión. Esta -que fue bendita- profesión llega hoy a muchos a través de debates y tertulias en las que se informa poco y se discute mucho, generalmente desde posiciones ideológicas encontradas. Y la ideología es buena, todo el mundo la tiene, lo malo es que eso te impida ejercer bien tu función, como decía hace poco Martín Pallín de los jueces.

Y leer un manifiesto es como leer una columna de opinión, no tiene nada de informativo ni recuerda en absoluto a la gran manifestación celebrada tras el 23-F en defensa de la democracia. Aquel que leyó Rosa Maria Mateo, entonces estrella del telediario y hoy ama de llaves de la tele pública, era compartido por todos los partidos y ciudadanía democráticos. El del domingo era parcial, de unos contra otros.

Sigo entendiendo el periodismo desde la neutralidad y el derecho de todos a recibir buena información como base de la opinión que se forme después.