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Si el presidente, Sr. Sánchez, no se anda ull al bou con lo de Joaquín Torra y sus pretensiones separatistas, puede estar metiéndose en un charco del que podría salir encenegado. Cuenta le tiene mirarse en el espejo retrovisor de Susana Díaz en las últimas elecciones andaluzas. Llevar a Barcelona el último Consejo de Ministros de 2018, aparte de generar un costo millonario en euros, de lo que este gobierno no está precisamente muy sobrado, puede no haber servido para otra cosa que no sea dar más cancha al independentismo. Ojalá que me equivoque y esta apuesta tan arriesgada sirva para atemperar tanto nervioso desquiciado. El diálogo está muy bien, pero me barrunto que el diálogo que interesa al catalanismo secesionista es aquel que le lleva por la trocha del separatismo, lo contario sería a estas alturas, más un milagro que otra cosa, y en cualquier caso, no sería por el bálsamo ‘parches sor Virginia' de una reunión del gabinete ministerial, sino por la mejora de sus ya múltiples prerrogativas autonómicas. No veo yo que el diálogo sin provecho propio lo acepte ni Torra ni ninguno de sus seguidores. No digo nada si me estuviera refiriendo a los más exaltados.

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La apuesta del Sr. Sánchez está, por así decirlo, a expensas de ver para qué ha servido en realidad. Puede también ser un factor desestabilizador respecto de otras autonomías, simplemente por basarlo en aquel viejo dicho «el que no llora no mama».