Sería fácil hoy hablar de las elecciones andaluzas, de cómo Vox ha pescado sobre todo en los caladeros desencantados del PSOE y del papelote del líder con coleta de la extrema izquierda hablando con escenografía de luto de la entrada institucional de la ultraderecha.
Estaría chupado referirse al 40 aniversario de la Constitución española, que ha amparado el más largo periodo de estabilidad política en este país, pero entre las noticias de los días pasados me ha llamado más la atención el drama de los inmigrantes y de la tripulación del pesquero que los rescató en las aguas del Mediterráneo. Sin el derecho a la vida no existen o no tienen sentido el resto de derechos, no conviene alterar el orden de la prioridad.
El patrón de «Nuestra Madre Loreto» realiza un gesto humanitario al que todos estamos obligados, salvar al que está en peligro inminente de muerte. Lo que no es normal es que el presidente del Gobierno diga que no los puede traer a España y que los desembarque en Libia, es decir, que los retornen al infierno, allí donde se tortura y se subasta al inmigrante.
Resulta inconcebible la diferencia de trato con el «Aquarius», el barco con 600 inmigrantes -no los once del «Loreto»- que llegó a Valencia dos semanas después de que Pedro Sánchez hubiera escalado las murallas de La Moncloa. Entonces hubo movilización y se anunció a bombo y platillo la acogida, un ejemplo ante la Europa rica y liberal. ¿Qué ha cambiado? Nada ha cambiado en esencia, salvo el oportunismo político. Dos problemas iguales han tenido una solución yuxtapuesta. Hemos aceptado el uso político de todo cuanto sucede, desde el «Prestige» al impuesto de las hipotecas, pero la dignidad humana marca la frontera de la utilización política. Y Pedro Sánchez la ha traspasado con descaro y sin rubor.