Eras- eres- un gran aficionado al cine. De aquí que te compraras un sofisticado vídeo con todo tipo de prestaciones. Con el tiempo, sin embargo, descubriste que no utilizabas el noventa por ciento de las mismas y que las únicas teclas que pulsabas con regularidad eran las de reproducir, grabar, detener, rebobinar y avanzar... Puede que, con la vida, suceda algo parecido...
En cierta ocasión pintaste tu piso. Aprovechaste para limpiar y desprenderte de lo innecesario. Te sorprendiste al ver la cantidad de estupideces que habías ido acumulando... Y estableciste, entonces, un paralelismo con lo de tu reproductor de DVD...
Hace pocos días, dos desconocidas permanecían sentadas cerca de ti en la antesala de una consulta en Dalt Sant Joan. Hablaban sin recato, en voz alta, y narraban/describían intimidades más propias de alcoba que del lugar en el que os encontrabais. Una señalaba que su marido la adoraba, que era un buen hombre, trabajador, honesto, fiel... Y que, por ende, era un hábil amante. A pesar de todo, la señora se sentía frustrada, ya que ella hubiera aspirado a más... Su hombre no podía ofrecerle aquellas cosas que tanto anhelaba. Te resultó curioso que, en la conversación, no surgiera la palabra amor... Tal vez no lo hubo nunca. O se confundió con conveniencia. Tu vecina deseaba, metafóricamente hablando, un vídeo como el tuyo, pero en plan marital. Acumular riqueza y fardar de ello... No supe –no sé- si tendría hijos...
Domingo. Anochece. Regresas de dar una vuelta por el centro de Mahón, que sigue teniendo, ese día, un aspecto fantasmagórico, al que ahora se unen las numerosas vallas con las que -Camí d'en Guixó, Rotonda Instituto, Ronda...- el Ayuntamiento soluciona problemas varios. Resulta más cómodo rodear un desaguisado que enmendarlo. Y en esas estabas, esperando que, de pronto, te surgiera en una esquina Gary Cooper, como siempre solo ante el peligro. Deprimente...
Ya en casa, esa desazón aumenta al leer el siguiente titular: «El suicidio es ya la principal causa de muerte entre los jóvenes menorquines». Te parece increíble. Lo relees. La pregunta es inevitable: ¿Qué empuja a un chico a quitarse la vida?
Y pensaste en esa limpieza de casa, en ese reproductor y en esa esposa con pretensiones. Tal vez -tan solo tal vez- hayáis centrado la educación en la posesión de objetos y comodidades y hayáis obviado, por un progresismo mal entendido, educar en valores. Posesión con una característica crucial: la de la inmediatez. «¡Quiero esto!» –exigencia de adolescente-. «¡Toma hijo!» –respuesta de ‘buen' padre-. Y «veinte euros», que no en vano es Black Friday. Pero puede que a la petición primera, ya no pueda responderse, un día, con la exclamación segunda. Y el niño de marras se sienta huérfano, colérico, frustrado...
«¿Hablar con él? Sí, eso se hacía antiguamente –musitará algún progenitor-. ¿Hablar con él? Pero si el curro no me deja... He de pagar...». Probablemente un reproductor, o una de esas memeces que dormirán el sueño de los justos en armarios tarde o temprano polvorientos o el último capricho de la pareja que se desvive por aparentar ser lo que no es...
El hijo está desconcertado. Lo estará cuando, tarde o temprano, compruebe que no siempre se obtiene lo soñado; que el jefe de su empresa no es su orientador; que al dueño de la misma su autoestima le importa un carajo; que la vida no es el aula, ni su casa; que, ¡ay!, el esfuerzo forma parte de la existencia...
Tal vez haya vivido quince años entre algodones. Y ahora, de golpe, se tope con la vida, con la real, para la que nadie, por amor mal entendido, le ha preparado... Y esa vida se le muestre como distinta, hostil, inasumible...
Ojalá no adquiramos más vídeos sofisticados, ni almacenemos inutilidades en los armarios, ni olvidemos que ser amados por un buen esposo o una buena esposa es acariciar el cielo...
Y hablemos con los hijos para mostrarles el rostro real de algo llamado existencia para que sepan, cuando se tercie, enfrentarse a ella y, por ende, y a pesar de todo, disfrutarla...