Llega el fin de semana y Oriol, un estudiante de Albesa (Lleida), que comparte piso en Barcelona con un menorquín y un navarro, en lugar de quedarse en la ciudad se va a su pueblo. Quiere comer bien, que su madre le lave la ropa, estar con sus amigos de siempre y evadirse del agobio de las clases y los exámenes. Necesita un break junto a los suyos.
Lo decidió ayer jueves y no tiene más problemas que ir hoy a la estación de autobuses después de clases, comprarse un billete y en apenas dos horas estará en su pueblo tras abonar unos 20 euros para recorrer 180 km.
A Tomeu, uno de los dos menorquines que conviven con Oriol en el piso de la carretera de Sants, le asalta la tristeza. Ha querido imitar la decisión de su colega y viajar a la Isla. De repente soñaba con comerse los primeros buñuelos de su abuela antes de Tots Sants, ver a su novia y tomarse un café en Ca na Divina. Ha entrado en internet, en la página de Vueling, y su madita ocurrencia cuesta 125 euros, un lujo que no se puede permitir ni él ni su familia para pasar dos noches en casa.
Esa es la triste realidad que nos acompaña y desvirtúa el celebrado descuento del 75 por ciento en los vuelos con la península. Si el viaje es repentino por urgencia o simple cambio de opinión, el descuento es un engaño porque ya se ha cuidado la compañía que nos tiene en su mano de imponer las subidas que compensen ese porcentaje para los residentes en las islas. ¿Dónde está el control de la administración para evitar prácticas abusivas constantes como las que nos ocupan hasta desmerecer lo que vendieron como una consecución estelar?. Lo es solo si se programa el viaje con antelación.
Hasta que no tengamos la capacidad de salir y entrar la de la Isla en condiciones similares a las que tiene cualquier peninsular para viajar, este tipo de descuentos que no limitan la subida de precios será una mentira.