Muchos son los intentos por prolongar la temporada turística entre nosotros, pero diría que ninguno ha surtido hasta ahora el efecto deseado. Hay quienes se meten en el agua a finales de marzo, pese a que les tiemblan las mandíbulas de puro frío –fan barretes— y en cambio a finales de septiembre, cuando el agua conserva una temperatura agradable, dejan de ir a la playa de puro cansancio. Debe de ser la fuerza de la novedad y el hastío de lo repetitivo. No hace mucho paseaba por una playa cuando alguien dijo de una vieja sentada en un chiringuito: «A esta me la ligué yo cuando era joven». Lo cierto es que resultaba cómico, pero era una gran verdad; debe ser aquello de que el tiempo pone a todas las cosas en su lugar. Entonces recordé que otro amigo mío, cuando era joven y estaba de buen ver, les dijo a las turistas que era matador. «¿De toros?», preguntaron ellas. «No, de serdos». Claro, era la imagen que tenían de nosotros en el extranjero: Toros, castañuelas, paella y sangría. Cuando iba al colegio me enseñaron que Hitler ya tenía fijado el destino de los españoles, en caso de ganar la guerra: todos teníamos que ser pastores. Pero en Menorca nunca hubo pastores, porque las ovejas campan por sus fueros en las tanques.
Les coses senzilles
Al viento
08/10/18 0:32
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