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¡Qué tipejo, Villarejo! Se habla mucho de las cloacas del Estado, por las que se mueven como pez en el agua personajes como el exjuez Garzón o la actual ministra de Justicia. Es muy feo difundir conversaciones privadas. Puede dañar la imagen pública de los afectados y hay quien vive de su imagen, aunque solo sea una bonita fachada.

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Una cloaca es un lugar que, en sentido figurado, es oscuro, sucio y maloliente. Subterráneo donde se acumulan grabaciones, actividades inconfesables y conspiraciones de todo tipo con información susceptible de ser usada para chantajear, extorsionar o amenazar al más pintado. Contratar prostitutas para sonsacar información, por ejemplo, da una idea de la catadura moral de esta gente. Según la ministra, un éxito asegurado. No seamos tan ingenuos de pensar que el Estado tiene solo ático y habitaciones con vistas. El hedor que desprende la vida pública, nos indica que tenemos el sistema de alcantarillado algo descuidado desde hace tiempo. Lleno de ratas y cucarachas que campan a sus anchas, entre aguas sucias que amenazan con desbordarse y salir a la superficie arrastrándolo todo a su paso. El Estado somos todos, o sea, que eso también pasa en comunidades autónomas y ayuntamientos. Alguien hace el trabajo sucio propio de las cloacas, para que otros puedan pavonearse perfumados delante de los focos. Los partidos son agencias de colocación donde se premia la sumisión y se castiga la discrepancia.