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Joaquim Torra no parece dar un paso sin previa consulta a Carles Puidgemont, de manera que va y viene a Bruselas por lo visto ignorando que existen los teléfonos, para confrontar ideas, limar discrepancias, tomar decisiones irrenunciables o no, porque en política y más aún con los condicionantes de la catalana, lo que es puede no ser de un día para otro.

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A mí me resulta de un mal comprender que Joaquim Torra vaya a ver a Carles Puigdemont y que en petit comité puedan tomar decisiones que a mi entender deberían ser consensuadas entre las diversas fuerzas que conforman el procés separatista. Lo contrario, según a mí se me figura, es como casarse por correspondencia sin que los novios hayan paseado cogidos de la mano las calles de su ciudad. Una independencia formada por dos mitades es de un riesgo colosal porque Catalunya está dividida en un 50 por ciento que no están por la separación y otro 50 por ciento que quieren la independencia aunque para ello tengan que dejar de acatar cualquier ley que no les convenga, como si la anarquía del código penal fuera manejable a esos impresentables extremos. La independencia sí o sí sin otros razonamientos que una voluntad iluminada, dirigida por unos políticos que han aprovechado los puestos que han ocupado y ocupan para arraigar sus fantasías en las cabezas de los que aún creen que cuando por fin sean independientes, los canes se podrán atar con sobrassada y, como en tiempos bíblicos, los ríos lleven leche y miel, pues ya les digo yo que lo más fácil es que tengan un mal despertar a la realidad, simplemente cuando caigan en la cuenta de que Europa incluso nos sanciona por no depurar bien nuestras aguas residuales. Vayan pues ustedes a hablarles de separatismos. Mientras tanto, Torra ha soltado una soflama en un teatro catalán como una especie de aviso a navegantes: «Catalunya será independiente o no será», vino a decir, sin escatimar la teatralidad de cuál es la trocha por la que van cogidos de la mano Puigdemont y Torra. Y a todo eso, el gobierno nacional tiene sus fuerzas prestadas de manera que en cualquier momento, quizá por quítame aquí unos pelos, tengamos que plantarnos ante las urnas. Todo esto me recuerda aquella pareja de pescadores con su barca, un hijo y un padre, y viendo el hijo que su padre estaba cabizbajo, cariacontecido, preguntó: «¿qué le pasa padre que va usted pesaroso?», y el padre le contestó: «pues verás hijo, es que no me fio de la mitad de la tripulación».

A Pedro Sánchez le puede estar pasando algo parecido, los desafíos son muchos y grandes y la fuerza propia escasa y aún por eso sujeta a una merma anunciada, a nada que las voluntades tuerzan el rumbo porque la política es muy dada a lo del tiro en el propio pie, que para eso no habrán de faltar los que pongan los palos en la rueda. Joaquim Torra y Puigdemont no ignoran la precaria situación gubernamental, y a buen seguro que la harán valer en su propio beneficio independentista.