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Cuando un gran árbol es derribado por la razón que sea, el gran señor del bosque arrastra tras de sí a los árboles que medraban bajo su sombra. Es lo que le puede estar pasando a Soraya Sáenz de Santamaría. Diez años llevaba a la sombra protectora de Mariano Rajoy, tocando casi todos los palillos de la gobernabilidad del PP, vicepresidenta, jefa del CNI, hasta llega -quién lo iba a decir- a estar al frente de la Generalitat catalana, y como si fuera el canto del cisne, postularse para ser la mandamás en el PP. Lo jodido que tiene la política es que cuando más democrática es, es también más madrastra, más proscrita, por un así decir si te he visto no me acuerdo.

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Soraya se lo tenía muy creído que «habiendo sido la reserva de Occidente del PP» no tenía que despeinarse para ganar a Cospedal o Casado, pero finalmente Casado la ha dejado sin cargos bastante desprestigiada, sin encontrar un sitio que la acomodase en la bancada pepera sin ningún cargo de los que hasta ahora la habían prestigiado, al extremo que cuando Rajoy debería haber salido a batirse el cobre, el astuto gallego la nombraba a ella que siempre estuvo dispuesta a ganarse el sueldo, para acabar teniéndose que fiar de un mentor que acababa de dejarla en la cuneta de los perdedores. Es fácil acostumbrarse a comer pan con jamón, pero acostumbrarse a comer pan solo es complicado. Cuando se ha sido tantos años rico el mandamás, volver a ser criado siempre vendrá cuesta arriba. Haga lo que haga y vaya donde vaya, tendrá que reciclarse y pasar una temporada posiblemente larga de adaptación.