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Tiendo a pensar que algunas cosas desaparecen, a veces para siempre. Lo pienso desde que en 1975 mandé un paquete certificado por correo a la Universidad Central de Barcelona, que contenía libros, y todavía no ha llegado. Hasta ahora tenía la esperanza de que llegara, y aunque dicen que es lo último que se pierde, empiezo a perderla. Yo ya sabía que cuando uno envía un paquete a Mallorca en lugar de ir hacia el oeste el envío va hacia el este; es decir, pasa por Italia, Montenegro, Bosnia, Serbia, Rumanía, Moldavia, Ucrania, Rusia, Alaska, Canadá, Portugal, España hasta que, finalmente, al cabo de unos meses, llega a Mallorca. Esto ya lo sabía. Ahora las galeradas de un libro se mandan por email, pero antes, cuando se enviaban por correo, salía el libro a la venta sin que las galeradas hubieran llegado para ser corregidas, y cuando hacíamos la presentación no había un solo ejemplar del libro en cuestión en toda Menorca. Ahora parece que la cosa sigue igual, porque todas las semanas desaparece mi ejemplar del semanario «El Iris»; es decir, no llega al apartado que tengo en correos. Otra cosa que tiende a desaparecer son los avisos y demás papeles volanderos, de modo que puede pasárseme la fecha de pago de impuestos, por ejemplo, lo cual suele ser beneficioso para el Tesoro Público, porque los retrasos en esta clase de pagos generan cuantiosos recargos. Esto puede conllevar otras desapariciones, como la percepción de cuotas de desempleo, cuando el destinatario no se persone porque no le haya llegado el aviso.

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Hay otras cosas más triviales que también desaparecen, como el pelo de algunos chicos bastante jóvenes, o la enzima catalasa, que dicen que da color al cabello, evitando que se vuelva canoso. Otra cosa que suele desaparecer son las verrugas de las manos llamadas fics en nuestra lengua; para eso existen incluso sortilegios de curanderos, pese a que lo que realmente pasa es que el virus que los causa llega a morir. Otra cosa curiosa que ha desaparecido es mi santo; yo antes era de la Conversión de San Pablo, pero como el día 25 de enero quedaba muy cerca de Navidad me lo pasaron al 29 de junio, San Pedro y San Pablo; pero por desgracia ese día murió mi cuñada y me quedé sin santo: ya no se celebra. Pero lo peor de todo cuanto desaparece son los muertos; cuando heredé una parte de la sepultura familiar me dijeron que la habían limpiado a fondo; me asomé y, efectivamente, la habían limpiado tan a fondo que no quedaba nada ni nadie.