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Hay callejuelas en Pedraza, Sepúlveda, Segovia, Jadraque o incluso Chinchón, que huelen a vino y a lechón recién salido del horno de leña. Por el Jadraque alcarreño custodiado por el grandioso castillo palacio, uno de los más grandes de España que sin embargo curiosamente el Ayuntamiento de Jadraque compró a los duques de Osuna por 305 pesetas, huele a cabrito que ha llegado a ser su plato estrella y el olor sube hasta el castillo más allá de los matacanes almenados. Cabrito al horno sobre fuente de barro. Los asados castellanos son un placer desde la más antigua y sensorial de las cocinas.

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Lo que en no pocas ocasiones me ha dejado sorprendido desfavorablemente, y no puedo dejar de decirlo, es la incultura del camarero que me ha atendido, cuando aún ni siquiera me he podido sentar aparece un camarero como si fuera apagar un fuego y como una patada en la espinilla del más elemental buen gusto me suelta como primerísima cuestión aquello de: ¿qué vino va a tomar? Vamos a ver si nos enteramos buen hombre, lo primero será saber qué es lo que voy a comer y al final, por ordenar el vino conforme al menú elegido, es cuando se puede y se debe saber qué vino se va a tomar, nunca antes. Ahí pasa como el carro y los bueyes, no puede ir primero el carro y detrás los bueyes porque es justamente al revés. Y la forma de servir el vino, que esta es otra, salvo honrosas excepciones, suele ser un mal aprendiz y mira tú que es fácil, pero es lo que pasa cuando no se tiene el oficio lo que acaba siendo un borrón imperdonable en una buena comida.