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Soy un ser de agua, mi orgullosa condición de isleño impera y obliga. Me siento feliz tirándome horas y horas con una careta y un tubo disfrutando del fondo del mar. Tengo pánico a las morenas –de mar- porque son unos bichos con unos dientes afilados, unos ojos siniestros y un aspecto de serpiente cabreada con una risa hipnótica, pero aun así disfruta cuando me topo con una que serpentea tranquila por el agua. Pero llevo una semana siéndole infiel a mi condición de isleño. Estoy enamorado de Chamonix, en la frontera entre Francia y Suiza, a los pies del Mont Blanc y soy inmensamente feliz tirándome horas paseando por la montaña.

Estos días he cambiado mi trabajo habitual de oficina por el de ser una especie de comercial en la feria de la Ultra Trail Mont Blanc, la carrera más mediática del mundo y cuyo tirón hemos aprovechado – con miles y miles de personas- para promocionar Menorca y su versión deportiva. Es genial hablar de lo molona que es nuestra isla. Y lo hacemos orgullosos. Pero…

Ir a ferias te permite descubrir pequeñas pinceladas de otros sitios con los que puedes comparar. Por ejemplo, comentábamos con el vecino del stand, que venía de la idílica Martinica, sobre lo bonitas que eran nuestras islas, como si de una absurda competición de tamaños se tratara. Él estaba convencido de lo suyo y yo, obviamente, de lo mío. Lo curioso es que mientras intercambiábamos impresiones aprovechaba casi cada pausa para trincar un trozo de Queso Mahón-Menorca DO que llevamos en la feria como cortesía para promocionar nuestra Isla y nuestros sabores.

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El compañero, como te decía, me intentaba convencer de que su isla es muy bonita y no lo pongo en duda. De hecho, he tenido que recurrir a un mapa para ubicarla y la verdad es que atrae, pero se zampaba el queso como si no hubiese un mañana. Lo mismo pasaba con el Gin Xoriguer y con las Quelitas. Pasados unos bocados, la curiosidad me pudo y busqué en su stand para ver si había algún producto que probar. Nada, solo papel con propaganda y una interesante maqueta que mostraba el relieve de Martinica.

Fue entonces cuando me entraron ganas de preguntar que con lo fantástica que me decía que era su isla, ¿qué más cosas tenía a parte de una carrera? Fui bueno y me aguanté las ganas.

Soy, tranquilamente, el embajador más orgulloso de Menorca cuando está paseando por el mundo, pero también el primero en darme cuenta de que el planeta es un lugar fantástico para descubrir como para quedarte solo con lo que tienes en casa. Y obviamente, Menorca es más bonita que Martinica.