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Queridos amantes de la paz y el sosiego en general; queridos vecinos del Moll de Llevant mahonés en particular.

Tengo dos noticias para vuestro solaz y/o inquietud: una buena y una mala. ¿Cuál queréis que os cuente primero?

Empecemos por la buena: el Ayuntamiento de Mahón no ha decidido (de momento, que yo sepa) subirnos más el IBI.

Ahora la mala. Lo que sí ha decidido es otorgar una (de momento, que yo sepa) licencia de bar musical (eufemismo de discoteca) en el corazón de nuestro querido muelle.

De nada ha servido la zonificación recién estrenada en la que se nos califica, con toda lógica, de zona residencial. De nada ha servido la experiencia anterior de discotecas (en el centro, y en Borja Moll) que han acabado mal, no sin antes haber causado innumerables suplicios a los vecinos durante años.

La excusa esgrimida por el Ayuntamiento (me recibió muy amablemente la alcaldesa) a la hora de justificar lo inexplicable consiste en que la concesión de la licencia es legal.

Pero yo me pregunto, estimada señora Juanola:

¿No cree que las normas municipales deberían estar para proteger los derechos de los vecinos?

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¿No piensa que si el reglamento permite algo ostensiblemente contrario al interés común habría de cambiarse? ¿No cree usted que experiencias anteriores de discotecas en zona residencial han sido muy negativas?. Y si así lo cree, ¿por qué no dedica su empeño, como protectora de los vecinos a quienes representa a rectificar esas normas, de manera que quede expresamente prohibido abrir una discoteca en un entorno vecinal? Estoy convencido que incluso la oposición la apoyaría en dicha empresa.

La intrincada red normativa municipal (redactada por cierto para desalentar a los no iniciados) no son la tablas de la ley. Se pueden (y se deben) modificar, ajustarlas a lo razonable, desproveerlas de los efectos perversos e injustos que la pueblan. Supongo que ello conlleva un esfuerzo, pero la falta del mismo, el conformarse con aplicar la norma sin cuestionar si es injusta, conduce a sus representados al desasosiego, la impotencia y en este caso al deterioro de su descanso.

Presenté alegaciones en su día (junto a una colección de firmas de los vecinos) contra la apertura de un bar musical en el Moll de Llevant. Se estimaron parcialmente: o sea, se desestimaron. El escrito justificativo que me remitieron explicando la concesión de la licencia cifra su confianza (todo saldrá a pedir de boca) sobre la peregrina base de que los sobreestimulados feligreses del alba desembocarán a las cinco de la madrugada del local del que hablamos dóciles como corderitos y en silencio monacal abandonarán la zona sin molestar el descanso de los vecinos, todo ello merced a que, literalmente, «los titulares de la actividad se han de coordinar con la policía local».

Obviamente, esta aberración no se cree que pueda ser operativa ni quien lo redactó.

El pasado reciente nos enseña por otra parte que los vecinos no duermen mejor porque el Ayuntamiento multe a los infractores de los compromisos adquiridos en cuestión de ruidos y molestias. El pagador de la multa da por buena la inversión (una ridícula porción de los beneficios), el Ayuntamiento cobra. El vecino vela, sufre y paga impuestos.

El plan en definitiva es muy, pero que muy descorazonador.

El ayuntamiento sabe que esto no es positivo para el puerto. El estudio que encargó hace unos años Autoridad Portuaria (no menos de 300.000 pavos que -dicho sea de paso- pagamos usted y yo, amable vecino), y del que no ha manado miel alguna (que yo sepa) no incluía desde luego discotecas en zona residencial.

Animo pues a los vecinos y a quienes sin serlo se solidaricen con los afectados, hagan saber a nuestros ediles su disconformidad y les insten a que trabajen para legislar en el sentido de la lógica, para que no se repita lo sucedido con anterioridad en las discotecas del centro y Borja Moll, para que no cometan un agravio comparativo con los vecinos del Moll de Llevant y nos inoculen el virus que ha demostrado producir daños serios en el colectivo vecinal que tuvo la desgracia de padecer dicha infección en el pasado.