El futuro viaja rápido. Casi tan rápido como el presente, que no se detiene por nada ni por nadie y que de vez en cuando te pega 'un viaje' que teja la existencia dolorida. ¡Qué rápido pasa el tiempo! No es un secreto si te admito, amigo lector, que vivimos encebollados con la velocidad. Lo último, ese tren que están desarrollando y que nos permitirá viajar a 1.200 kilómetros la hora. Hyperloop, creo, lo llaman.
Como sabes, si frecuentas este coto privado de ideas, le temo a ir en avión porque estoy convencido de que es físicamente imposible que un cacharro de semejantes dimensiones se eleve y nos lleve de un sitio a otro. Ya, ya sé que cada vez que cojo un avión la Física me hace un 'zasca' que debería dejarme satisfecho, pero no lo hace. Sigo sin confiar en estos pájaros metálicos porque, sinceramente, el margen de maniobra que te dan en una situación de apuros allá en lo alto es mínima.
Lo mismo me pasa con el tren supersónico, me da mal 'yuyu'. La sola idea de meterme en una especie de caja de cerillas imantada que se ponga a esas velocidades me revuelve el estómago y me agrieta el valor. No considero que estemos hechos para ir a esas velocidades porque, como en el caso de los aviones, el margen de maniobra es mínimo.
A una especie a la que le va justo manejar un coche que alcanza los 200 kilómetros por hora no le tendría que interesar desafiar las leyes de esta forma. Podríamos, antes de plantearnos tales desafíos, aprender lo suficiente como para coger el coche y no ir teniendo accidentes, así como así. O dominar los aviones.
Claro que nuestra condición de material orgánico caduco de paso por la existencia nos obliga a arriesgarnos en busca de mejoras que quizás no nos afecten a nosotros pero si a la generación del mañana. Pensamos que será buena idea conseguir el tren que vaya tan rápido como el sonido, mientras seguimos sin conseguir la cura para enfermedades como el cáncer o el sida, o mientras la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) avanza imparable.
Supongo que será cuestión de prioridades, claro, en nuestra lucha contra la velocidad y contra el tiempo. Y ya verás como al final, cuando nos hayamos extinguido, quedarán unos trenes preciosos en el planeta sin nadie que los pueda manejar.