Soy sabedor que no está bien, que es una descortesía hablar con la boca llena, con todo los prefiero a los que hablan con la cabeza vacía. Luego está lo de la vergüenza de los gestos. Decía Isabel Sansebastián («El Mundo», 15-7-2004): «¿Quién no sintió vergüenza ante los esfuerzos de Aznar por ponerse junto a Bush en las Azores?» Todo eso me trae a la memoria ese libro titulado «Historia universal de la estupidez humana».
Por eso debe de ser verdad, que una persona inteligente se recupera fácilmente de un fracaso; por el contrario, un tonto ilustrado nunca se recupera de un éxito. Debe de ser por eso también, que siempre le pido a Dios, que tenga a bien darme enemigos inteligentes, un enemigo idiotizado no hay quien lo aguante y además es muy peligroso porque suele alimentarse de sus maldades, y si a esa situación le añadimos que esos individuos no saben pararse nunca en la barda de sus ignorancias, entonces los hechos que generan pueden ser devastadores. Algunos políticos jamás reconocen verdaderas barbaridades ejercidas desde el poder.
Por ejemplo un tal Georges W. Bush, dicen quiénes lo saben que firmó la sentencia de muerte de 152 personas, cuando fue gobernador de Tejas («El País», 3-8-2005). Por el contrario, solo sea para poder ver que diferente es el ser humano entre sí, Nicolás Salmerón, presidente de la I República Española (1873), dimitió por no querer firmar una sentencia de muerte. Si alguna vez me sobra tiempo, puede que reúna el valor necesario para analizar una pequeña biografía de algún presidente que ha sido. Ya les anticipo que tal asunto como poco es para sentir en algunos casos vergüenza ajena.