Los puentes nunca deberían dinamitarse, al contrario deberían tenderse para facilitar los acuerdos, como punto de encuentro de personas y colectivos enfrentados. Pero los dos puentes a medio construir de la carretera general, los de Rafal Rubí y La Argentina tienen algo especial, son distintos, son un símbolo de esa esencia menorquina que teme los cambios del progreso, que no sufre demasiado por la economía, y que sabe priorizar el impacto de una obra sobre el paisaje de las navetas talayóticas antes que la seguridad de los conductores. Nos apasionamos con las campañas en contra de esas infraestructuras grandes que serán muy cómodas en cualquier otro lugar del planeta pero a nosotros nos incomodan en exceso.
Por eso, Més per Menorca, más que un silencioso PSOE, tenía claro al inicio de esta legislatura que había que demoler los dos puentes levantados por el equipo del PP. Y lo han conseguido aplicando una brillante estrategia. Lo que era un claro objetivo y compromiso político lo han vestido de argumentos técnicos. En La Argentina por un riesgo de inundación de los terrenos, que antes no había sido objeto de oposición alguna en la Comisión Balear de Medio Ambiente. En Rafal Rubí, por la voluntad de reducir el impacto visual sobre la zona arqueológica y que esta actitud de priorizar la conservación de las navetas nos ayude a conseguir la declaración de Patrimonio de la Humanidad.
La representación quizás se ha alargado demasiado, cuando el final era predecible. Pero Miquel Àngel Maria y Maite Salord son buenos escritores y saben que importa el relato y que no se puede leer la última página, llegar al desenlace sin haber desenredado el nudo.
Ahora las rotondas soterradas aflorarán a la superficie. Nadie sabe hasta qué punto la rotonda a nivel tendrá menos impacto visual y paisajístico que la soterrada. Habrá que esperar otro capítulo de la novela.
Sería de agradecer un informe sobre la seguridad, no de las navetas sino de las personas circulando por la «nueva» carretera general.