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Con la cantidad de palabras inglesas que se han colado en las lenguas del mundo a lo mejor no nos hacemos la idea de que en inglés también se instalan palabras de otros idiomas, que un «café» es un local donde se despacha café, igual que una «coffee shop» puede ser una cafetería e incluso una «cafetería» es una especie de bar-restaurante. Lo digo porque la cocina como arte se llama en inglés «cuisine», lo mismo que en francés, y la fórmula «buen provecho» es también calcada del francés «bon appétit». Lo de la cocina está muy de moda ahora mismo, no hay cadena de televisión que no tenga su programa de cocina, y proliferan los concursos culinarios. También es notable lo de la Nueva Cocina, que en su empeño en ofrecer calidad e imaginación y mantener a sus clientes a dieta a menudo nos deja con hambre, presentando platos muy bien elaborados, pero tan poco abundantes que nunca está mejor dicho lo de plato (un plato enorme, lleno de regueros de salsa, y un escaso promontorio de comida, o lo que dicen mis amigos: molts de regalims i una cagaredeta de no res) Los libros de recetas, las referencias a la cocina mediterránea, o la tendencia a recuperar la cocina propia del lugar es algo tan frecuente hoy en día que nos parece imposible que hayamos podido vivir tantos años sin hacer caso de nuestra cocina y nuestros cocineros.

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También en Facebook se pueden encontrar grupos decididos a recuperar la cocina de Mallorca, de Menorca o de otras latitudes. Ello me lleva a recordar un par de cosas, la primera que mi padre ejerció de cocinero toda su vida y no llegó nunca a ser una vedette de la cocina, y la segunda que en los años cincuenta no atábamos los perros con longanizas. Los niños comíamos pan con aceite y sal o azúcar para la merienda, como mucho pan con tomate; cuando estábamos enfermos nos daban sopa de ajo (pancuit) y decían que en las casas nobles se consumía mucha legumbre (judías o garbanzos con arroz) y poca carne. Los payeses comían sopas de oliaigua, que nunca llegaron a la abundancia de las sopas mallorquinas, y las fiestas se celebraban con ensaimada y chocolate, con cocas de tomate, de pimientos, o cocas dulces de ciruela, cereza o albaricoque. Se hacían pastissets y, si era una gran ocasión, torta de almendras, revestida de merengue. Solo cuando llegaba Sant Cristòfol acudíamos a la orilla del mar con una bandeja de berenjenas rellenas, y en pocos hogares se hacía realidad lo de la canción: es diumenges i ses festes mos fotem un bon bistec.