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Después de los sanjuanes vienen los sanfermines, que el año 2016 quedaron marcados por una manada de descerebrados. Proliferan los juicios de repercusión mediática. Presión que busca más la condena que la justicia. Sentencias por votación popular o por aclamación.

Nada es lo que era. Todo se ha transformado delante de nuestros ojos: el mundo de nuestros abuelos se convirtió en el de nuestros padres; y el nuestro se va tornando el de nuestros hijos y nietos. Los esquemas mentales que teníamos ya no valen. Después de junio, julio coge el relevo. Una traca de fiestas patronales recorre la geografía española dejando un reguero interminable de fotografías y selfies, de caras postizas con fotogénicas sonrisas para convencernos de lo felices que somos. Sonríe que sales.

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La vida sube unos cuantos grados y la humedad se filtra por los poros hasta convertir las gotas de sudor en baño turco. Todos quieren ponerse a la fresca o coger sitio en la playa. La masa produce masificación allí donde vaya. Muchos trabajan para que otros puedan veranear. Disfruta el momento porque dentro de un momento se habrá esfumado.

No seas vanidoso. Ni caprichoso. Ni desagradecido. Si no te dejas arrastrar por la masa que grita y empuja, que insulta, desprecia y no acepta la disidencia, te habrás convertido en parte de la antigua elite de los inconformistas. Los menos. Los que pierden por abrumadora mayoría, pero que conservan su integridad y sus principios.