El mundo se divide en dos categorías, Tuco: los que tienen el revólver cargado y los que cavan. Tú cavas." Eso decía Clint Eastwood en la tensa escena final de «El bueno, el feo y el malo», rodada en el encanto de las estribaciones de La Demanda. Es una disyuntiva más, evolución de la célebre fábula de la hormiga y la cigarra, que siempre ayuda a explicar la conducta de los pícaros frente a los prevenidos.
Unos se han llevado la pasta y otros cavamos y pagamos la infraestructura que dejaron pendiente los que se hicieron y hacen todavía el negocio de la venta de parcelas a precio turístico sin tener el terreno los servicios correspondientes. Una incomprensible tolerancia ha favorecido esa dinámica de ir vendiendo, que ya vendrá después la Administración a poner la iluminación, el alcantarillado y, salvo que forme parte del negocio, el agua también.
Los que tenga memoria y quieran recordarán cuánta infraestructura de este tipo se ha pagado con planes públicos como el Mirall, que llegó para corregir esas carencias en lugares tan señeros como la urbanización de Sant Tomàs. O se da la paradoja de que quien ha vendido parcelas a precio de solar sin infraestructuras de tal, ahora pretenda cobrar incluso al ayuntamiento por abrir zanjas para llevar el alcantarillado, como ocurre en Sa Mesquida.
No es la primera vez que traigo esta misma reflexión, en la que insisto al leer ayer que se ha adjudicado la dotación de saneamiento de Cala Llonga por un millón de euros. No es una urbanización antigua y, sin embargo, se prolonga el vicio de vender a precio de oro y que otros paguen el desaguisado. Todos somos Tuco en esta historia, cavamos la tumba para que los que llevan el revólver apliquen el saquito de monedas. Pero esto, creíamos incautos, no es el Oeste.