Llevar la contraria, para mucha gente, es delicioso. De hecho, les resulta uno de los mayores placeres indistintamente de si tienen razón o no. A mí, personalmente, me gusta más pensar distinto, diferente, con todo lo que ello conlleva. Ya sabes, salirte de lo establecido o de lo preestablecido suele acarrear a corto plazo más quebraderos pero se van tolerando como se puede. Y, ojo, me encanta que nos llevemos la contraria y que pensemos distinto ya que lo veo como uno de los principales estandartes de una sociedad democráticamente libre siempre que se respete el apartado legislativo.
Desde que frecuento este coto privado de ideas, o desde que cada sábado estamos 'asseguts a sa vorera' suelo decir lo que pienso independientemente de las consecuencias que no suelen ir más lejos de alguna «chapa» de un amigo o conocido cuando me encuentra en algún bar y me suelta aquello de «yo pienso como tú, pero...» o de acusaciones, intervenciones o réplicas de mayor o menor calidad intelectual en las redes sociales.
Este mundo virtual, en muchas veces, nos completa aquellas sensaciones que nos pueden llegar a faltar. Al que tiene una vida aburrida le hace sentir que lo que hace le importa a alguien, el que no tiene ni idea de fotografía se cree una suerte de Henry Cartier-Bresson con dos filtros y un móvil de 1.000 euros y al que opina le otorga una especie de aura que le convence de que lo que dice es cierto, es la verdad absoluta o le convierte en alguien más listo o lista, más importante o 'importanta' o algo así. O asá, claro.
Cuanto más cotidiano es el uso de las redes sociales más fácil es soltar lo que pensamos convencidos de que va a misa, o a la mezquita, oye, que estamos todos muy sensibles socialmente.
De los boca chanclas de las redes sociales que atacan protegidos por un seudónimo ya he hablado alguna vez y representan un tonto por cien que me importan entre nada y cero. Suelen ser, además, los que no terminan de tener muy claro el concepto de la libertad de expresión y que todo vale y los que están convencidos de que una mentira o un argumento será más verdadero cuantas más veces lo repitas o más ruido hagas.
A mí me suelen criticar que no me importa el catalán, o que estoy en contra. Y en lo primero no les falta razón porque la verdad es que no me preocupa. Yo hablo el menorquín y, por ejemplo, me preocupa más la obsesión que impera de cargarse nuestro salat en beneficio del estándar y que además enarbolen la bandera de la defensa de nuestra cultura.
Y ahora viene cuando a ti te parece que tengo razón y a ti a ti se te indigesta el café y acudes raudo a Twitter a llamarme inquisidor o algo por el estilo.