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Oigo voces pero no las entiendo. Sé que hablan pero no sé qué dicen. Parece que todos hablan a la vez y en idiomas distintos. No se escuchan, pero gritan cada vez más fuerte para hacerse oír. Se ha formado un barullo impresionante que nos tiene completamente aturullados. No sé qué pensar. Me siento mareado, confundido, perplejo ante el espejo. La violencia crece sin que nadie reconozca la semilla. La semilla del mal es pequeña y apenas se ve. Pero vamos a regar sin distinguir las semillas. Que crezca lo que sea. Ya veremos. Nos conmocionan las imágenes. Los titulares. Nos mueven las arengas a la lucha sin cuartel. La épica patética. El malestar difuso e inespecífico nunca suele ser pacífico.

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Estamos enfadados con el mundo. Rabiosos. Nos sentimos marginados y sin valor. Por eso buscamos aplauso y reconocimiento. Se da, cuando se tiene. Se pide, cuando vivimos insatisfechos y menesterosos. La gente habla de todo menos de lo importante. Por eso, la convivencia se resiente. Busquemos culpables. Brujas por quemar. Chivos expiatorios. No nos paremos a pensar, escuchar, conocer... la sociedad va a toda pastilla y nadie se atreve a bajar del carro. De vez en cuando, nos la pegamos y sucede lo traumático. Alguien dirá, al cabo de los años: se veía venir. No dijisteis nada, no hicisteis nada para evitarlo. Pero cuando uno se ve envuelto en el barullo y el murmullo que todo lo confunde, la verdad es que ni sabe ni contesta.