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Hay cosas que no deberían ocurrir nunca. Unos creen que pueden o deben hacer algo para evitarlas, mientras que otros las consideran una fatalidad ajena a cualquier voluntad individual y piensan que, si llegaran a ocurrir, sería mejor que Dios nos coja confesados. La Tercera Guerra Mundial o la Segunda Guerra Civil, por ejemplo. Su sola posibilidad nos produce pavor.

Cuando acaba un desastre, su recuerdo doloroso nos vacuna durante un tiempo de recaer en los mismos errores. Pero el olvido borra las defensas que nos había dado la experiencia y que nos protegían de las peores tentaciones.

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La eterna sublevación de Caín contra Abel. Nadie se podía imaginar no hace mucho lo que ocurre hoy en Siria, Venezuela… o Catalunya. Antonio Muñoz Molina escribió «Todo lo que era sólido». Ahora, en cambio, todo parece líquido, gaseoso y flota en el ciberespacio.

Hay que acostumbrarse a Telépolis, ese nuevo entorno inventado por Javier Echeverría, donde respiramos, nos movemos y somos. Así como los habitantes de las grandes urbes llegaron a ver a los que ellos llamaban, desdeñosamente, pueblerinos, así nos ven a nosotros los nuevos amos de la subyugante realidad virtual. Somos seres perdidos entre el espacio natural, el urbano y el nuevo entorno virtual que ya no conoce fronteras.

Ojalá consigamos salir del círculo reducido de nuestra mente egocéntrica y podamos integrar, armoniosamente, la compleja realidad que nos envuelve.