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A Stephen Hawking, insigne autor de la «Historia del tiempo», el tiempo consustancial a la vida se le ha acabado. Descanse en paz. Estamos más fuera del tiempo que dentro. La vida es un Big Bang en miniatura y en el Universo cabemos todos concentrados en un solo planeta. Este hombre, máxima autoridad en agujeros negros, ha sido un ejemplo admirable de superación de la adversidad y pasión inagotable por el conocimiento. Padeció una enfermedad degenerativa desde muy joven, que no afectó a su gran lucidez intelectual ni a su increíble ansia comunicativa. Hawking es irrepetible como científico y como persona.

«La inteligencia es la capacidad de adaptarse al cambio», dijo. Los que no consiguen adaptarse al cambio viven a piñón fijo. Son rígidos, miedosos y sienten aversión por todo lo que no controlan. Para ellos o ellas, más vale lo conocido, bueno o malo, que lo que queda por conocer. En el fondo, la sabiduría nos hace humildes y la estupidez soberbios. Por desgracia, los sabios no sobran y, encima, son despistados.

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La RAE ha revisado la acepción de «gilipollas» porque se quedaba corta y, además, podía ofender a alguien. En el batiburrillo comunicativo en el que estamos inmersos, abunda lo peorcito. Debemos buscar muy bien si queremos encontrar algo que merezca realmente la pena.

Un agujero negro es una zona de tanta gravedad y masa concentrada que impide el paso de la luz. Suerte que aquí ya llega la radiante primavera.