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9-III-18

Día de clara inestabilidad emocional. No es para menos: hoy es mi último día de consulta profesional después de casi cincuenta años de ejercicio ininterrumpido, y me invade una extraña sensación que en ningún caso es alegre, aunque tampoco triste, digamos que melancólica. A partir de ahora, solo actuaciones esporádicas para pacientes arraigados, amigos y familiares. Mis colaboradoras también están serias, igual me han cogido cariño. Tomo una copa con ellas; son mujeres excelentes que siempre han endulzado mi trabajo. Añoraré nuestras tertulias y risas de los viernes. Termina una etapa de la vida para encarar la penúltima. Había escrito una artículo, «Fin de trayecto», pero de momento se queda en hibernación. No hay para tanto. Es simplemente ley de vida.

10-III-18

Termino «533 días», la última obra de nuestro paisano Cees Nooteboom, lluïser de pro desde hace más de cuarenta años. Como en «Lluvia roja», el amigo holandés parte de detalles nimios de su tanca menorquina, un cactus, una polilla, una sargantana, para meditar sobre lo divino y lo humano. Crónicas viajeras tras los monumentos de la vieja Iberia, relatos, novelas, cuentos de hadas («Para PJB, un cuento de hadas holandés-español», reza la dedicatoria de uno de sus libros), o dietarios como los dos últimos, de una riqueza literaria apabullante. Y para muestra un botón, cuando descubre un patógeno caracolillo en el interior de una herida en su cactus fálico. «Es cosa de brujas… nubes grises y al mismo tiempo campos de flores silvestres amarillas y un fuerte viento seguido de un silencio profundo, como si la naturaleza contuviera la respiración». Y prosigue con una visita invernal a la Naveta des Tudons, a Son Catlar y a una playa... «A lo lejos veo unos surfistas deslizándose sobre las altas olas de la rompiente como si montaran caballos salvajes y ellos fueran los jinetes de algún apocalipsis, jinetes montando caballos de agua, procedentes de un tiempo que ya no existe»...

Gracias, Cees, por otorgarnos el honor de ser tus paisanos.

11-III-18

En los domingos de Sa Vinya des Port, uno va conociendo a un buen número de excelentes cantantes menorquines, como hoy a Gemma More de Wanderlust Menorca, estupenda solista y compositora, una joven encantadora que, acompañada por el gran Paolo Scarpa, me dedica una cuidada y sentida versión de «You've got a friend» de Carole King, mi canción favorita de siempre. Ella no lo sabe pero me emociona. Sigo blandito...

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Todo se va al traste con la noticia que llega a mi teléfono: Gabriel, el niño de la sonrisa que nos ha enamorado a todos, ha sido encontrado muerto, asesinado por la gratuita crueldad humana. El cielo estaba azul hace un momento pero ahora se ha ensombrecido de repente, como si alguien hubiera corrido una negra cortina.

13-III-18

Un diez para Patricia, la madre de Gabriel, por su llamamiento a erradicar la rabia y un cero para el portavozo del PP Rafael Hernando por politizar burdamente la capilla ardiente.

14-III-18

Prescindo del aquelarre morboso alrededor de la muerte del infortunado niño Gabriel. No así del debate sobre la presunta inhumanidad de este tipo de crímenes, porque es precisamente su humanidad la que los hace indigeribles para nosotros. Si de verdad fueran inhumanos no nos sorprenderíamos lo más mínimo. Hanna Arendt, en sus análisis sobre el nazismo llegó a una no menos inquietante conclusión que llamó «la banalidad del mal». Aquellos monstruos no lo eran en el sentido que le damos a la monstruosidad sino precisamente porque eran seres normales que no se cuestionaban sus execrables acciones. Ahí está la clave de nuestro desasosiego.

15-III-18

Debate en el Congreso sobre la cadena perpetua. Pienso en la superpoblación de las cárceles norteamericanas, país que no se anda con tiquismiquis con los que considera malvados recalcitrantes. Y es que hay dos maneras de encarar el problema de la maldad humana: para los conservadores no hay ambigüedades que valgan y los seres humanos en su mayoría son gentes corruptas e indolentes que precisan del látigo de la autoridad y del aislamiento perpetuo de los grandes delincuentes. Por otro lado, la visión progresista según la cual la maldad se debería en buena parte a las estructuras, las instituciones y los procesos del poder y por tanto abogaría por la modificación de comportamientos mediante herramientas educacionales y de igualdad de oportunidades, y por tanto cree en la reinserción social como valor irrenunciable. Es un debate complejo, nada adecuado para momentos de gran emotividad.