Aturdidos todavía por el atroz asesinato del niño Gabriel cuyo desarrollo ha guardado alguna similitud, por la incertidumbre y el movimiento social, con el no menos atroz del concejal del PP en Ermua, Miguel Angel Blanco, tanto el día a día como el trágico desenlace han acumulado detalles significativos que invitan a la reflexión.Desde la impudicia y el cinismo de la asesina durante las 12 jornadas de búsqueda del malogrado chaval, el despliegue de solidaridad sobre el terreno con cientos de personas llegadas de todas partes para ayudar, hasta la bondad elevada a la máxima expresión de la madre para olvidar a la «bruja», ha habido, además, otro apunte que ha pasado mucho más desapercibido.
Algunos de los guardias civiles que detuvieron a Ana Julia Quezada el domingo se derrumbaron instantes después cuando, tristemente, corroboraron que el bulto oculto en el maletero del vehículo de la mujer era el niño. La mínima esperanza que mantenían de hallarlo con vida se desvaneció después de incontables horas de desvelos y esfuerzo y no pudieron evitar abrazarse entre ellos para mitigar su pena y disimular sus lágrimas. Otro tanto hizo ayer el comandante de la UCO, Jesús Reina, en rueda de prensa, cuando se refería al pequeño Gabriel.
Entre los agentes que participaron en la operación había guardias jóvenes, quizás profesionales con poca experiencia en servicios de esta magnitud, siguiendo órdenes de sus mandos, pero por encima de todo eran personas con sentimientos que habían interiorizado el dolor, la angustia que les rodeaba.Contrasta esa manifestación espontánea de humanidad exhibida por miembros de la institución más valorada de este país con el trato deleznable que sufrieron los guardias civiles y sus familias en puntos de Catalunya tras su intervención el 1 de octubre. Aunque desproporcionada en algunos casos, ellos no eran los responsables. Los guardias son personas que cumplen órdenes y hacen su trabajo. Solo eso.