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Vaya por delante que en esa pretensión de pretender saber de vinos, tengo yo prisa en decirles que por mucho que sea lo que se presuma de saber sobre ellos, les garantizo que siempre será mucho más lo que se ignore.

Uno no va mal servido si después de cuarenta años de pertinaz dedicación devorando libros, incluso en voluminosas y bien documentadas enciclopedias y de haber visitado mucha bodega y escuchado las sabidurías de bodegueros, sommeliers y enólogos, con la lección bien aprendida sobre los vinos de la bodega que les da de comer, algo se me ha pegado, creo que lo suficiente para disfrutar de una buena copa de vino, aunque en eso soy incluso demasiado prudente a la hora de exigir calidad en vez de cantidad. Para mí tengo que un borracho difícilmente sabrá de vinos porque la borrachera es la más triste negación de un buen experto en vinos.

Prefiero para tomar una copa la compañía de quien piensa que un buen vino es una obra de arte, la única creada para ser, además de efímera, bebida. Cuando visito alguna bodega o por la razón que sea coincido con un buen entendido, me gusta pegar la oreja a sus conocimientos ¿Es lo mismo aroma que bouquet? Pues no es lo mismo mire usted, ya que si hablamos de aroma, nos estamos refiriendo a vinos jóvenes y si de bouquet, lo estamos haciendo de vinos envejecidos. Podríamos decir que los vinos jóvenes aún no tienen bouquet.

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Siempre he aconsejado prudencia a la hora de utilizar el lenguaje del vino, es lo mismo que haría si estuviésemos hablando de pintura que también tiene su propio y rico lenguaje. Veamos ahora que es el buqué, para entendernos diremos que es un galicismo de bouquet («aroma» en castellano) me estoy refiriendo al aroma que adquiere el vino mientras envejece. Tengo prisa en decirles que como mejor se percibe no es a copa quieta, si no agitando esta para que el vino nos regale su aroma cuando dejemos de agitar la copa y el caldo se repose. La mejor manera de agitar un vino para ese menester, es haciendo que el caldo circule en el interior de la copa en sentido contrario a las agujas de un reloj. Es decir, de derecha a izquierda, hay que hacerlo imprimiendo cierta energía pero sin derramar una sola gota. Todo es cuestión de práctica.

Hay gente que maneja el lenguaje del vino sin saber cabalmente si son «galgos o podencos», y como la ignorancia es atrevida sueltan sin decoro aquello de buen vino, muy afrutado, sin saber que el factor afrutado procede normalmente de la uva utilizada, no tiene nada que ver con el bouquet. Son vinos jóvenes que pueden oler a frutas o a flores, en consecuencia podemos decir que se trata de un vino afrutado, consecuentemente un vino joven.

Para saber algo sobre los vinos es menester práctica, tener buena condición olfativa y una estupenda memoria, y como es natural, papilas gustativas entrenadas. Tampoco nos vendrá nada mal, saber en qué parte de la lengua captamos los sabores de un vino, los cuatro sabores básicos son: el azucarado, el salado, el ácido y el amargo. Sabores que están presentes en el vino, y serán las papilas gustativas las encargadas de apreciar esas sutilezas. A esta altura de este artículo, quiero añadir que para disfrutar de un buen vino, tampoco hacen falta tantos conocimientos. El sabor dulce o azucarado lo capta la punta de la lengua, el sabor ácido los lados, el salado en los bordes superiores y el amargo al final de la lengua. Como el vino es un caldo, llegar a estos distingos no está al alcance de todo el mundo pues es francamente complejo, y solo a base de práctica se llega a conseguir (Continuará).